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sangre de drago

Lo que Arguayo y Ravelo tienen en común

Medio en broma medio en serio lo pregunté. Me respondieron, no sin guardar un largo silencio previo, que las flores de los almendros. Lo cierto es que la respuesta sería más fácil si la pregunta se dirigiera a las diferencias entre estos dos pueblos tinerfeños situados a ambos lados del Teide, uno en el norte y otro en el sur. Con más precisión diríamos noroeste y suroeste. Dos pueblos cercanos a núcleos turísticos, pero que aún conservan cierto aroma rural. En las medianías ambos, de una tierra de emigrantes que fueron y volvieron para mejorar su existencia.

El sábado pasado fueron ordenados sacerdotes dos jóvenes tinerfeños, uno de Ravelo y otro de Arguayo. Dos curas nuevos que acompañarán a las comunidades cristianas de La Palma, en Puntagorda y Tijarafe uno, y en El Hierro, a la comunidad cristiana de Valverde el otro. Ravelo mira a La Palma y Arguayo a la isla de El Hierro. Eso quiero subrayar, en esta ocasión, como aspecto de vincula a estos dos pequeños pueblos tinerfeños y reconocer que lo que ocurrió el sábado en la Catedral de La Laguna, hace que tengan algo especial en común.

Es especial, por no decir transgresor, anticultural o alternativo. Especial es que, a día de hoy, haya jóvenes, mentalmente normales e intelectualmente capaces, que decidan invertir sus años en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Una decisión que nos les va a proporcionar fama especial, al contrario, les situará en un espacio de sospecha y crítica social frecuente. De ahí lo alternativo de su decisión. Y, a pesar de todo, y conociendo la sospecha de extravagancia, han dado este paso de forma sincera y generosa.

Son distintos, como distintos son Arguayo y Ravelo. Uno intelectualmente muy potente que comenzó la cadena de renuencias cambiando la medicina por la teología. Otro un buscador empedernido que fue descubriendo poco a poco las pieles de la espiritualidad. Distintos, pero hermanados por la gracia de un sacramento que les ha hecho pastores.

¡Qué desperdicio! Con la multitud de posibilidades que la sociedad le ofrece a unos jóvenes como ellos, enterrarse de esta manera tan poco relevante. Me parece que, más allá de lo que aparece y podemos ver, nos deberíamos preguntar por lo que ha conquistado su corazón y ha motivado este esfuerzo de entrega. Yo me lo pregunto y me sigue pareciendo un milagro extraordinario que me evoca un amor infinito que sostiene la historia y quienes la hacen. Me huele a valentía. Me huele a coraje. Me sabe a convicción.

Desde aquí les quiero desear acierto y fidelidad. Que no olviden al amor primero que les ha llevado a dar este salto en el vacío sobre las manos de la confianza. Les quiero dar un aplauso silenciosos de letras escritas sobre este papel en nombre de tantas personas que tendrán en ellos unos incondicionales servidores del evangelio, de la espiritualidad y de la caridad evangélica. Un aplauso agradecido por su generosidad.

Unos días antes de mi ordenación un compañero muy mayor nos decía que no teníamos derecho a vivir, siendo curas, mejor de como vivieron nuestros padres. Que fuéramos acogedores y que nadie se sintiera extraño e incómodo en nuestra casa, cualquiera que fuera su estatura económica o cultural. Sé que ellos esto lo saben y sé que lo quieren vivir. Y allá donde estén, porque les conozco bien, harán presente la sonrisa de Cristo en medio de sus comunidades.

No será yo solo por las flores de los almendros. Arguayo y Ravelo tienen algo especial en común desde el sábado pasado.

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