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editorial

Pedaladas de alto riesgo sobre el asfalto

La convivencia entre conductores y ciclistas nunca fue sencilla. Siempre hubo dimes y diretes que en lugar de acercar posiciones abrieron aún más la brecha entre las partes. Esta enemistad, fomentada a partir de un adelantamiento peligroso o una maniobra sin avisar, no es la causa principal de las 32 muertes de usuarios de bicicletas, una de ellas ocurrida en Gran Canaria, que se han registrado en España en 2022, pero sí una pieza más en un puzzle en el que se juntan las prisas, el mal uso de las nuevas tecnologías, el fracaso a la hora de buscar una movilidad más sostenible y las ganas por encontrar nuevos retos en contacto con la naturaleza. Sí. Tras el confinamiento fueron muchos los que salieron de sus casas a toda velocidad para comprarse una bici –el volumen de negocio a nivel estatal en 2020 superó los 2.600 millones de euros y se vendieron 1.565.233 unidades sin importar el color, la forma o el tamaño– para quemar kilómetros de asfalto. El running, primera opción para los aficionados a los deportes de andar por casa durante varios lustros antes de que nos atropellara la crisis del coronavirus, recuperó posiciones en las preferencias dominicales para evadirse del estrés laboral y otros conflictos personales.

Con las mismas carreteras, y sin margen económico para planificar ampliaciones, enseguida se comprobó que el número de alistamientos estaba creciendo por encima de las infraestructuras que mejor se ajustaban a la práctica del ciclismo y que solo era cuestión de tiempo que aparecieran los primeros enganchones. En Canarias, por citar el ejemplo más cercano, un ciclista aparece implicado en un 7,5% de los atestados que se registran cada año. Ese dato adquiere una dimensión mayor cuando se verifica que a nivel nacional se contabilizan 7.600 en los que hay una bicicleta de por medio, lo que supone el 24% de la siniestrabilidad que se registra en las carreteras nacionales en los doce meses del año. Ese mismo porcentaje anual se corresponde con las colisiones laterales o frontolaterales que sienten en sus carnes los cicloturistas y deportistas que caen al asfalto golpeados por un vehículo. Unos y otros reclaman un respeto por una normativa pensada para rascar en el bolsillo de los infractores, pero con un dudoso valor pedagógico. Y es que visto lo visto, nadie se atreve a poner la mano en el fuego por alguien que es sancionado de manera reiterada en los controles de alcoholemia o drogas.

Es evidente que no tenemos una cultura por la bici como en Holanda, Luxemburgo o Bélgica pero doce ciclistas muertos en lo que llevamos de año es un drama. La cosa puede empeorar si tiramos de calculadora para sumar los 740 fallecidos en parecidas circunstancias que se dieron entre 2011 y 2022. Teniendo claro que lo ideal sería tener una cuota cero, las Islas se mueven a una distancia considerable de las bajas que se dan en Barcelona, Alicante, Comunidad Valenciana o Madrid. Sin hacer ruido, salvo cuando alguien se lleva por delante a un campeón de la talla de Alejandro Valverde o incrusta su coche contra un pelotón en Castellbisbal y huye del lugar sin auxiliar a las víctimas, la pérdida de vidas junto al arcén ha abierto un debate, más moral que judicial por la tibieza con la que actúan sus señorías cuando en el aire sobrevuelan las dudas de un homicidio con imprudencia, que requiere de muchas otras de formación y, sobre todo, concienciación con las normas diseñadas de manera machacona por la DGT.

Una parte importante del respeto que hay que tener por las medidas que se aprueban con el fin de evitar desenlaces traumáticos lo tienen que empezar a asimilar el 20% de los conductores que el año pasado se vieron implicados en un siniestro por manejar el móvil mientras iban al volante. Esa es otra factura que nos está pasando: el hecho de querer tenerlo todo bajo control –una macroencuesta europea certifica que 53,5% de los consultados admite haber mirado un mensaje entrante sin detener la marcha y otro 37% suele maniobrar con el WhatsApp durante sus desplazamientos urbanos e interurbanos– y apartar durante unos segundos la mirada de la vía. Ese despiste, unido al mal estado en el que se encuentran muchas vías, puede terminar en las páginas de sucesos de un periódico o un corte radiofónico en el que se informa que un conductor se dio a la fuga tras dejar en la cuneta a varios ciclistas.

Más allá de depurar responsabilidades sobre quién es culpable de una tragedia, un verano más nos encontramos con unas estadísticas que ensombrecen la estación del año más propicia para montar en bicicleta. También la que más elementos de distracción pone sobre la mesa para que los disgustos aparezcan en medio de una operación retorno.

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