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Wladimiro Rodríguez Brito

El fuego: cambio cultural o cambio climático

Los últimos acontecimientos que están relacionados con los incendios forestales ponen de manifiesto algunos puntos débiles en una sociedad desorientada, en ruptura mental con su entorno. Nos hemos creído que la tecnología y el desarrollo económico pueden gestionar la naturaleza alejándonos de la cultura tradicional del campo: el campo gestionado desde la ciudad mediante máquinas ignorando las leyes de la naturaleza y a los habitantes del entorno rural.

La palabra prevención se ha olvidado al hablar de la gestión de los montes en los países desarrollados. California, Australia, Portugal, Grecia, etcétera, son ejemplos de la sorpresa ante la magnitud de los incendios en los últimos años, donde buscamos asociar este grave problema al cambio climático. No se mira hacia dentro para pedir responsabilidades ¿o es que no se hacen cosas mal aquí?

En España en los últimos meses se han quemado más de 200.000 hectáreas, con más de 40 incendios de más de 500 hectáreas cada uno. En los medios se trata frecuentemente este asunto como si el modelo de gestión del mundo rural no tiene pastores ni campesinos, dejando en manos de técnicos la gestión de los incendios de nuestro campo. A esto se añade el cambio climático y de manera tangencial la llamada España vaciada de nuestros pueblos y caseríos. En pocos años hemos perdido en Canarias a miles de agricultores y ganaderos que contribuían a retirar combustible de nuestros montes a coste cero para la administración.

¿Podemos continuar declarando espacios protegidos sin presupuesto ni compromiso de gestión? En Canarias hemos declarado el 50% del territorio protegido, es decir, hemos separado a agricultores y ganaderos de la gestión de esa mitad de nuestras islas. ¿Dónde están los equipos humanos y materiales para gestionar esta enorme superficie? ¿Qué administración con competencias tiene presupuesto suficiente? Hemos hecho unas declaraciones en el papel sin recursos suficientes y lo que es peor, dividiendo los esfuerzos entre los distintos niveles de nuestra administración. ¿Qué responsabilidad tiene la administración local y los propietarios de terrenos sin gestión? ¿No deberíamos penalizar al que tiene las tierras balutas, en vez de hacerle la vida imposible a los que quieren mantener sus parcelas cultivadas?

Por otro lado hemos maltratado a nuestros agricultores y ganaderos tanto desde el punto de vista económico como con una pesada burocracia que impide los usos tradicionales. En la década de los 70 se introdujeron en Tenerife y La Palma muflones, arruís e incluso gamos, tras prohibir años antes el pastoreo trashumante en las cumbres en los meses de verano, cuando se retiraron de las cumbres de Tenerife más de 10.000 cabras y ovejas en nombre del medio ambiente.

Posteriormente las importaciones de cárnicos y lácteos continúan deteriorando la situación de la ganadería insular. La reducción del número de cabezas de ganado trajo como consecuencia el crecimiento descontrolado de la vegetación en nuestros montes, con un aumento de la superficie forestal en terrenos privados sin ningún tipo de gestión. Es positivo el crecimiento de la superficie arbolada, pero la mayor parte del incremento se produce en terrenos de cultivo abandonados ocupados ahora por matorral y monte bajo donde no se retira el material vegetal seco.

Necesitamos una política forestal y ambiental clara y precisa, coordinada y despolitizada, enfocada no solo en la extinción sino en la prevención. La interpretación de las leyes y las competencias solapadas y confusas no pueden ser obstáculo para desbrozar y limpiar nuestro campo. Tampoco hay gestión del monte, selvicultura, clareo y limpieza; aquí los árboles mueren de pié, y en muchos lugares tenemos densidades de árboles que deben reducirse por la propia salud del bosque.

¿Hay razones para que exista trashumancia sólo en Gran Canaria y no en el resto de las islas? En numerosos puntos de la península y otros países europeos hay acuerdos entre pastores y las autoridades medioambientales para compaginar la actividad ganadera y la conservación ambiental. En Tenerife tenemos aún entre otros a un maestro de la tierra como Benito Fraga, que conoció las cumbres con cabras y sin cabras, sin muflones y con muflones. No hace tanto por el día de San Juan entraban mas de 10.000 cabras en Las Cañadas. Las retamas estaban probablemente mejor gestionadas cuando servían para leña, pero hay otras especies que se han recuperado al cesar el pastoreo. Hemos sustituido cabras, antes controladas, por muflones sin perspectivas de erradicación.

El cambio climático es un hecho, pero no puede ser excusa para una mala gestión. Hay claramente muchos interrogantes, falta de recursos y una gestión algo confusa; no podemos tampoco ignorar la experiencia y al capital humano de nuestros campos y montes. Sembremos el mañana con las ricas semillas de nuestro ayer.

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