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Luis F. Febles

Las cosas de antes

Hace un millón de años el director de mi colegio me encomendó una tarea que hoy en día sería inimaginable. Me daba 250 pesetas para que le fuera a comprar cigarros al bar que estaba a pocos metros del cole. Sin duda, una oferta imposible de rechazar y todo un honor que el jefe depositara en mí toda su confianza. Ante tal responsabilidad, iba adquiriendo ínfulas de valido en la corte de Felipe IV, abriéndose a mi paso todo tipo de privilegios para cumplir con el objetivo de nuestro admirado y apreciado director. Al llegar al bar, el tendero bajaba su mirada para atender a un puberto de 15 años que tenía un mensaje muy importante que trasladar al bueno de Paco: «Dame una cajetilla de Marlboro, que es para el director». Siempre le decía lo mismo, pero él ya sabía para qué era. Golosinas de día, tabaco de tarde. Miraba alrededor y oteaba las cervezas entre el humo y los golpes en el billar mientras portaba con garbo mis cigarros. Dicen que 1982 entraron en vigor las primeras normativas de tabaco en España: se establecía una edad mínima de 16 años para comprarlo. Nada, jamás me pidieron identificación; era lo habitual. Con 15 años se me había pasado la etapa de comprar cigarrillos de chocolate, así que ya tocaba ir a lo grande. Era emocionante la entrega de la mercancía, la satisfacción del trabajo bien hecho. Una palmadita y de vuelta al recreo. Mi jefe sabía que podía contar conmigo para una tarea como esa, porque estaba preparado para cometidos mayores. Nuestro director confiaba mucho en nosotros. Le teníamos un respeto inmenso y también algo de miedo. Imponía, pero fue un gran profesor y buena gente. Su seguridad en nosotros era máxima, hasta tal punto, que en una ocasión tomamos prestado su coche para lavarlo y aprovechar el viaje para comprar sus cigarros en la gasolinera de La Vera. Michael al volante y yo de copiloto en el BMW del jefe. ¿Se podía imponer más ante el ejército de personajes de BUP que poblaban nuestro colegio? Pues claro que no. Éramos los elegidos. Al fin y al cabo, las cosas de antes que hoy serían una insensatez. Sin embargo, qué bien lo pasamos. Transcurrido el tiempo, mi posición y cercanía fue perdiendo protagonismo en beneficio de otros compañeros que supieron acercarse de forma inteligente al líder. No importaba porque yo había sido de los primeros, que para mí era mucho más trascendental. Hago retrospectiva y jamás me pidieron el DNI en discotecas o pubs donde siendo menores de edad bebíamos y fumábamos con más libertad que en el Madrid de Tierno Galván. Siempre se hizo la vista gorda en beneficio del dinero. En el Pakalolo, una mítica y extinta chupitería de Puerto de la Cruz, nos lanzábamos jarras de malibú piña y cervezas con total autodeterminación. Nadie me preguntó jamás si teníamos edad o era ético servir alcohol a unos pibes. Una vez, Eduardo se mandó seis chupitos de golpe en Carnavales: dos Bob Marley, dos del Barca, uno del Betis, y un pitufo. Por supuesto, acepté la apuesta y superé esa cantidad con el correspondiente pedo. A decir verdad, empatamos. El otro día me enteré que hay un pueblo en Portugal, llamado Vale de Salgueiro, donde cada 6 de enero los niños fuman. Sí, niños de hasta cinco años soltando humo a cuenta de una festividad un tanto extravagante. Su alcalde decía que «darles tabaco a los niños es una tradición que se celebra el día de la Epifanía, que se lleva haciendo desde hace años y que es un símbolo de emancipación, del paso de la niñez a la adultez». Mejor ir a comprarle tabaco al director que ver a niños fumando. Contra el tabaquismo, acción directa.

@Luisfeblesc

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