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Francisco Pomares

Las cuentas mal traídas de la inmigración

La verdad es que las vacaciones en La Mareta no le están cundiendo al presidente lo que debieran. Los datos ofrecidos el martes sobre lo que definió como «senda descendente» en la llegada de inmigrantes irregulares, y la explicación de ese supuesto descenso como resultado de la política de entendimiento con Marruecos, provocaron esta semana la crítica unánime de todos los partidos de las islas. En realidad, el problema no es que Sánchez haya mentido: es cierto que los flujos migratorios a España han bajado en lo que va de año un justito uno por ciento, menos es nada. El problema es que Sánchez elija precisamente una comparecencia en Canarias para sacar pecho por ese mermado éxito, que además atribuye a la colaboración con Marruecos, cuando resulta que en las islas la inmigración irregular se ha disparado este año un 25 por ciento. La desproporción entre los datos nacionales y los de Canarias es tan apabullante, y la sensibilidad de Sánchez tan escasa cuando de lo de aquí se trata, que no hace falta mucha explicación para entender el rechazo general a sus palabras.

Mientras la inmigración crecía desaforadamente en las islas –vecinas de Marruecos– descendía en las playas del Sur del Mediterráneo y en Ceuta y Melilla. Con una reducción de apenas el uno por ciento en el cómputo nacional, está claro que lo que se ha producido no ha sido un cambio de tendencia, sino un cambio en las rutas. Los inmigrantes que Marruecos llevaba hasta sus costas norteñas y a las fronteras de Ceuta y Melilla siguen entrando sin parar en Europa, ahora jugándose el físico en pateras y esquifes. No estoy yo muy seguro de que desde las alharacas del Aquarius se haya ganado mucho. Porque, en realidad, lo que demuestran los datos del Ministerio en estos últimos seis o siete meses es que Canarias se ha convertido otra vez en el principal punto caliente de la inmigración irregular para llegar a España. Una situación que ni cambia ni parece que vaya a lograr cambiar la política de entendimiento con Marruecos, que es más una política de desentendimiento con el pueblo saharaui, con Argelia y con la legalidad internacional, que lo que se presume.

Nueve de cada diez africanos que llegan a las islas lo hacen partiendo de la costa occidental de Marruecos, donde la gendarmerie hace la vista gorda permitiendo la expansión de un lucrativo bisneo que en los últimos veinte años se ha convertido en la mejor fuente de recursos para los territorios de partida. Han sido veinte años en los que Marruecos abre o cierra la espita atendiendo exclusivamente a sus propias necesidades en materia de política interior o exterior. Es algo más que sabido. Algo que provoca anualmente cientos de injustas muertes en el mar. Y que Europa ha decidido premiar con una regalía de 500 millones, el doble de lo que Marruecos recibía antes, para que las autoridades del reino sigan haciendo lo que tienen que hacer.

Por supuesto, entre las filas socialistas locales no se ha producido ni la más mínima queja por el desprecio presidencial a la comprensión de un problema –el de presión migratoria sobre las islas– del que Sánchez nunca ha querido enterarse, y que no parece preocuparle. La única voz discordante ha sido la del Diputado del Común, Rafael Yanes, que tuvo que dejar el carnet del PSOE por imperativo legal cuando asumió el cargo, pero no creo yo que haya dejado nunca de ser socialista. Yanes es perfectamente consciente de la llegada a las islas de más de 600 inmigrantes en pateras, sólo en los últimos cuatro días de la pasada semana, y sabe que con esa llegada crecen las condiciones para que se produzca una peor asistencia a los inmigrantes, y aumente el riesgo de que sufran desatención e incluso maltrato. Aun así, seguirán viniendo. Y es que aquí, al menos, no corren el peligro de ser detenidos y condenados a dos años y medio de prisión en las cárceles marroquís, que es a lo que están siendo castigados masivamente todos los participantes en el último asalto a las vallas de Ceuta y Melilla, donde murieron aplastadas decenas de personas, cuyos nombres ya nadie recuerda, y cuyo número Marruecos no ha querido precisar nunca. Esa es la colaboración marroquí de la que alardea Sánchez: inmigrantes anónimos muertos por aplastamiento, inmigrantes encarcelados tras juicios sumarísimos durante dos años y medio, para que escarmienten, y miles de personas cambiando de ruta para entrar en Europa, jugándose el físico en las aguas del Atlántico.

Una cooperación de la que sentirse orgullosos.

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