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La defensa de un templo villero

El 12 de febrero de 1916, el polifacético palmero Antonio Lugo y Massieu (1880-1965) expondría ante el público congregado en el teatro de La Orotava un discurso en defensa de la conservación de la iglesia de San Agustín. A ese testimonio hemos llegado gracias a la lectura de un texto de apenas 15 páginas publicado por Imprenta Orotava, con segunda edición en 1930 que forma parte del archivo personal del ingeniero de montes y amigo villero Isidoro Sánchez García.

Comienza su autor por manifestar que su interés original no era hablar de ello sino de otro asunto referente al Valle de La Orotava. Sin embargo, no puede omitir la responsabilidad de explicar el revuelo generado respecto a «resucitar un proyecto que yo creía enterrado para siempre y envuelto en la mortaja que le pusiera, desde luego, su desdichado autor, quizás ajeno, por completo, a la tradición de esta Villa, sin afecto a las cosas de casa, que, por ser nuestras, representan un poema en la vida local y en la historia de un pueblo». Recuerda la cita que el polígrafo realejero José de Viera y Clavijo realizara sobre tal espacio religioso, ofreciendo también diversos detalles respecto a las características arquitectónicas del lugar. Se suceden rasgos sobre los antecedentes históricos y la implicación de los religiosos de San Agustín, así como de aquellos vecinos y otras personalidades ilustres que contribuyeron a ello, ante un espacio religioso que se levantaría en el solar que antes ocupara la antigua ermita de San Roque. Destaca que desde tal lugar se tomaban decisiones importantes en el tránsito de la vida diaria, junto al convento próximo que contribuiría al crecimiento de la formación y educación de numerosos jóvenes. A ello llega a exponer la importancia que los actos asociados a San Agustín tenían en diversos momentos del año, así como, incluso, el papel de parroquia matriz cuando, por ejemplo, años atrás al discurso pronunciado en 1916 llegaría a tener San Agustín tal función ante el arreglo de bóvedas de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción. Y, ante todo eso, no duda Lugo y Massieu en criticar una y otra vez el capricho del ser humano por querer arrebatar al pueblo de un espacio que llegaría incluso a superar los terremotos de inicios del siglo XVIII, afirmando con las siguientes palabras una idea que sigue siendo una máxima a considerar: «Los pueblos tienen la ineludible obligación de conservar el caudal artístico que han heredado tanto como el tesoro de sus virtudes cívicas y religiosas. Grandes o pequeñas, las obras de arte ejecutadas en el pasado nos hablan de los hombres que en ellas dejaron su inspiración y el genio de la época, elevando el sentimiento artístico del pueblo a su mayor altura». No encuentra, tras ello, palabras con las que poder explicar o justificar ante las futuras generaciones la desaparición de un espacio tan significativo, especialmente cuando el fuego ya había dejado su huella negativa en diversas edificaciones conventuales y otros ejemplos arquitectónicos. Se argumentaba como motivo para su destrucción los problemas de trabajo para las clases trabajadoras que, con tal fin, «encontrarían donde ganarse algunos jornales», afirmando Lugo y Massieu que tal circunstancia podría encontrar rápida solución y beneficio generalizado si, en lugar de demoler el templo, se actuara mediante reparaciones y reformas.

Son un conjunto de palabras expuestas por una persona que actuó con su ejemplo y acción en la defensa de un espacio patrimonial, siendo el mismo ser que desde las numerosas páginas del periódico El Campo llegaría a coordinar un ejemplo de sensibilidad y amor al terruño como lección a imitar por sus contemporáneos y generaciones futuras.

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