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¿Qué vale la vida de un palestino?

Sí, ¿qué vale la vida de un gazatí, cuánto la de un palestino de los territorios ocupados por el Estado judío?

El mundo ha vuelto a asistir a la muerte por Israel de más de cuarenta civiles, de ellos quince menores, en un ataque supuestamente preventivo contra un líder terrorista árabe.

Eso que llamamos «comunidad internacional», que no deja de ser un eufemismo para no decir «los medios occidentales», se ha limitado a una nueva condena verbal, que no tendrá, una vez más, consecuencias.

Las brigadas de Al Aqsa, brazo militar de la Yihad islámica, respondió por su cuenta y riesgo al ataque israelí sobre Gaza con el lanzamiento de cohetes contra territorio israelí.

La mayoría fueron interceptados a tiempo por el tremendamente eficaz sistema de defensa aérea israelí.

Si lo que los yihadistas pretendían era crear un equilibrio del terror a pequeña escala, hay que decir que estaban totalmente equivocados.

La población de Gaza no tiene por desgracia nada que se parezca a la famosa «cúpula de hierro» israelí.

La desigualdad entre las dos fuerzas es infinita, y lo que es más grave, si a los israelíes, las vidas de los palestinos no parecen importarles demasiado, tampoco parecen contar esas mucho para los yihadíes. Se trata de simples peones para unos y otros.

Gaza ha sido descrita muchas veces como una gran prisión al aire libre: la vida allí es un auténtico infierno y la desesperación de quienes la habitan, comprensible.

Israel, que mantiene un bloqueo ilegal e inhumano de la franja, encuentra siempre excusas para golpear indiscriminadamente a la población del territorio.

Como encuentra también excusas para seguir ocupando tierras en Cisjordania, demoler casas de familias palestinas o destruir sus medios de subsistencia.

Israel ha establecido un sistema de segregación que la propia Amnistía Internacional ha calificado de «cruel sistema de dominación y crimen de lesa humanidad».

Esa ONG habla de «confiscaciones masivas de tierras y propiedades, traslados forzosos, restricciones a la circulación y negación de la ciudadanía a la población palestina», todo lo cual equivale a lo que en Suráfrica se conocía como «apartheid».

Y los países de la OTAN, que tanto se apresuran en otros casos a aplicar sanciones al país agresor, en el caso de Israel, cabeza de puente de EEUU en Oriente Medio, se contentan con simples palabras de condena que no llevan a nada.

¿No habría que hacerles a los israelíes en relación con los palestinos la misma pregunta que hacía Shylock, en El Mercader de Venecia, de Shakespeare, respecto de los judíos?

«¿No tiene un judío manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No se alimenta con la misma comida, no es herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, no se cura por los mismos medios?»

¿No tiene todo eso también un gazatí, un palestino?

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