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observatorio

Crisis y contaminación

Si se contamina el espacio de los que están cerca, cuesta creer que habrá la capacidad de tomar conciencia colectiva ante las acciones contaminantes en ambientes más alejados.

Una playa a primera hora de la mañana, serena y fresca, todavía a la sombra de unas altas rocas, y cuando el agua parece una balsa de aceite. Eres la única persona y llegas para disfrutar de aquel instante: con los pies en el agua mansa y fresca, bajo la sombra y con un silencio abrumador, solo interrumpido de vez en cuando por una barca lejana o una gaviota. Medio dormido, no te das cuenta que llega una barca que, una vez anclada e instalada, pone su música en unos altavoces, rompiendo la armonía de aquel instante.

La contaminación no se da solo a gran escala, ni se puede tratar el cambio climático como un hecho aislado. También se producen efectos contaminantes en nuestro día a día, en nuestro entorno, de tipo acústico o por los plásticos acumulados después de una fiesta nocturna: seguramente se declararían preocupados por el cambio climático los que disfrutaron de las fiestas de Sant Joan en las playas de Barcelona, dejando aquel espacio público tan sucio y lleno de botellas de plástico que mereció ser fotografiado para ser portada de la mayoría de nuestros diarios.

Los grandes calores de estos días han puesto el cambio climático y la crisis energética en el centro del debate. Se intentan resolver estas crisis a base de nuevos decretos leyes y normativas que queremos creer que, como una solución mágica, permitirán revertir la tendencia con poco esfuerzo individual (trabajar con 27º en oficinas) y muchas excepciones (ya se están listando los servicios donde la normativa laboral impedirá la aplicación de la normativa).

Queremos creer que son soluciones basadas en análisis científicos y cimientos sólidos, que garantizan resultados. Sospechamos que podrían ser soluciones oportunistas e improvisadas, quizás incluso apresuradas. Pero los calores y el cambio climático no dan tregua ni margen para el debate, y no nos permiten abrir un debate crítico porque sería ir contra la crisis climática y energética que nos hace olvidar la crisis económica que tanto se anuncia para el último trimestre del año. Podría parecer demagógico que ahora se entrara a criticar unas soluciones que –¡quizás sí!– podrían tener un efecto positivo ante la situación imperante.

Parece como si, últimamente, se tratara de poner un adjetivo a la palabra crisis: crisis económica, crisis energética, crisis climática, crisis bélica, crisis sanitaria, crisis social, crisis de Gobierno, crisis política, crisis tecnológica, crisis bursátil... Estos debates, a partir de adjetivar el tipo de crisis, consolidan dos ideas en el imaginario colectivo que dificultan que se sienta interpelado a su solución: son crisis globales de dimensión colectiva, que se plantean con carácter fatalista de que su solución supera la capacidad individual de cada uno de nosotros para resolverlas. Y, en segundo lugar, se ofrece una visión de constante decrecimiento, de fatal reducción de nuestro contexto (político, energético, social o económico), insistiendo en este fatalismo intrínseco a estas crisis.

Y en cambio no hablamos de una crisis de valores muy evidente. Se podrá argumentar que hay unos nuevos valores, en sustitución de los anteriores; en todo caso, esto viene a confirmar que los valores tradicionales están en crisis. Y uno de estos valores tradicionales ha sido y es el del respeto hacia el otro, hacia el espacio del otro, hacia el momento que vive el otro. Parece que se acepte que el ambiente de silencio que se pueda respirar en una playa puede ser alterado porque quien llega quiere escuchar música, sin preguntarse si su acción, de clara contaminación acústica, provoca un perjuicio o un daño a los que ya estaban. El respeto al otro es hoy un valor en crisis, que lleva como consecuencia acciones contaminantes a pequeña escala, hacia quienes más inmediatamente viven a nuestro alrededor. Y si se contamina el espacio de los que están más cerca, cuesta creer que habrá la capacidad de tomar conciencia colectiva ante las acciones contaminantes en espacios y ambientes más alejados de nuestra realidad inmediata. Se hace difícil de concebir que se pueda luchar de forma colectiva contra la crisis climática o la energética, cuando se observa una carencia en el respeto individual en el espacio de aquellos más próximos.

Estos días de verano invitan a una reflexión sobre la solución a esta visión fatalista de las crisis que se van sucediendo: tenemos que poder hacer más a título individual, asumiendo mayor autocrítica y, sobre todo, haciéndonos más responsables con una actuación más respetuosa, menos contaminante.

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