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OBSERVATORIO

Energía y alimentos: crisis enlazadas

En los últimos años, los precios de los alimentos han experimentado un notable aumento. Una tendencia que se ha acentuado tras la invasión de Ucrania y que supone un riesgo cierto de hambruna para millones de personas en el mundo. Según el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, el número de personas que enfrentan inseguridad alimentaria aguda se ha multiplicado por más de tres entre 2017 y 2021, y podría incrementarse este mismo año en un 17%, hasta afectar a un total de 332 millones de personas.

Energía y alimentos: crisis enlazadas

Desde mediados de 2020, el incremento de precios se ha visto impulsado por diversos factores, tales como la recuperación de la demanda tras la crisis del covid-19, los adversos impactos climáticos sobre la oferta, las crecientes restricciones comerciales sobre los productos alimenticios y el rápido aumento de los costes de producción, particularmente de la energía y los fertilizantes. La posterior invasión de Ucrania por parte de Rusia, en febrero de este año, no ha hecho sino empeorar la situación. Los dos países son importantes exportadores de alimentos (juntos representan casi el 30% de las exportaciones mundiales de trigo) y ambos juegan un papel clave en el suministro mundial de fertilizantes. El bloqueo por Rusia de los puertos del mar Negro ha interrumpido las exportaciones de alimentos y otros productos básicos de Ucrania, al mismo tiempo que la agresión militar está poniendo en riesgo la cosecha de este año. Simultáneamente, la guerra también ha agravado la crisis energética mundial, elevando los precios de las materias primas energéticas y sus derivados.

La combinación de todos estos factores ha tenido consecuencias negativas que se han propagado globalmente como una mancha de aceite. La interconexión entre la cadena de suministro de alimentos y de algunos de los insumos asociados (energía, productos agroquímicos, fertilizantes, piensos, capital…) ha hecho que dificultades que en principio creíamos limitadas a una región o sector hayan tenido repercusiones mucho más amplias de lo esperado.

Uno de los ejemplos más paradigmáticos de este complejo entramado es la relación existente entre las cadenas de suministro de la energía y de los alimentos.

Las industrias agrícola y alimentaria utilizan la energía con diversos fines. El uso directo de esta incluye: la electricidad para el riego automatizado, el consumo de combustible para la maquinaria agrícola, así como toda la energía requerida en diversas etapas del procesamiento, envasado, transporte y distribución de alimentos. El uso de pesticidas y fertilizantes genera grandes cantidades de consumo indirecto de energía, ya que su manufactura es muy intensiva en energía. En las economías avanzadas, por ejemplo en EEUU, los costes directos e indirectos de la energía pueden representar entre el 40% y el 50% de los costes variables totales de los cultivos, si bien esta proporción varía por región, según las condiciones climáticas y el tipo de cultivo. Inevitablemente, cualquier aumento de los precios de la energía se traduce en mayores costes de producción y, en última instancia, en precios más altos de los alimentos.

El caso de la producción de fertilizantes, especialmente de los nitrogenados, muy sensibles a los precios de la energía, también resulta ilustrativo. Recuerden que el nitrógeno es un nutriente esencial para prácticamente toda la vida vegetal y que el amoniaco es el punto de partida en la manufactura de todos los fertilizantes minerales nitrogenados, con la mitad del amoniaco convirtiéndose en urea, el producto fertilizante de uso más común. Como sucede que el amoniaco se fabrica a partir de gas natural en casi todo el mundo (la excepción es China, donde se utiliza principalmente carbón), y como con frecuencia esta materia prima representa un 70%-80% de los costes de la producción de amoniaco y urea, el encarecimiento del gas ha contribuido a que los precios de los fertilizantes se hayan más que triplicado desde mediados de 2020, alcanzando su nivel más alto desde la crisis de 2008-2009 y, en el caso de la urea, su máximo histórico. Un ejemplo de libro de cómo el aleteo de la mariposa de la energía puede perturbar toda la cadena alimentaria global.

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