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con la historia

El puente de los espías

Brittney Griner es una de las jugadoras de baloncesto más importantes de EEUU. Lo ha ganado todo, desde campeonatos universitarios hasta dos medallas de oro en los JJOO de Río y Tokio. Como hacen tantas jugadoras, para complementar sus ingresos anuales, que son menores que los de los hombres de la NBA, en febrero de este año debía incorporarse a la liga rusa aprovechando el parón de la WNBA. Pero Griner no pasó del control fronterizo del aeropuerto, porque en su equipaje llevaba unas cargas con aceite de cannabis para su vapeador, una sustancia que en EEUU se consume por prescripción médica, pero que en Rusia está prohibida. La deportista fue detenida y juzgada el pasado julio. Tras la vista, las autoridades decidieron alargar su encarcelamiento otros seis meses.

Paul Whelan es un exmarine dedicado a la seguridad que viajaba frecuentemente a Rusia, por eso en diciembre del 2018 acompañó a la familia de un antiguo compañero de armas, que celebraba su boda en Moscú, para hacerles de guía. Es la versión americana, pero la rusa sostiene que fue detenido en el Hotel Metropol tras reunirse con un alto cargo, que le habría facilitado un lápiz de memoria con información clasificada. Acusado de espionaje, en junio de 2020 fue condenado a 16 años de cárcel.

Ahora, estos dos nombres están en la primera página de la actualidad porque la Administración Biden estudia la posibilidad de intercambiarlos por Viktor Bout, un traficante de armas ruso, exagente del KGB, conocido como el mercader de la muerte y que está entre rejas desde 2008.

Operaciones como esta, en un contexto de tensión internacional como la que se está viviendo, hacen inevitable evocar los intercambios entre prisioneros que realizaban ambas potencias durante la Guerra Fría.

El caso más famoso se produjo en 1962, cuando Washington devolvió a Moscú al espía Rudolf Ivanovich Abel a cambio de recuperar al piloto Francis Gary Powers, que había sido derribado cuando sobrevolaba la URSS con un avión espía U2. Los aficionados a las tramas de espionaje y al cine en general seguramente recordarán que Steven Spielberg llevó el caso a la gran pantalla con la película El puente de los espías, y es que la operación se efectuó en el Puente Glienicker.

Aquella infraestructura sobre el río Havel servía para conectar Potsdam con Berlín. Inicialmente, en el siglo XVII, se diseñaba para que los nobles -que eran los únicos que tenían derecho a pasar por allí- pudieran ir desde sus palacios a los cotos de caza. No fue hasta 1754 cuando se abrió al tráfico general de carruajes lo que, por ejemplo, permitió agilizar el transporte del correo en la zona. El aumento de circulación hizo necesario construir una carretera rural (lo que en alemán antiguo se llama chaussee) y para financiar sus obras las autoridades decidieron cobrar un peaje a todos los que pasaran. Por eso, en los extremos se instaló una caseta donde tenía que abonarse el importe fijado si se quería cruzar el Havel por ese puente. Los únicos que se ahorraban el pago eran los nobles, que estaban exentos de satisfacer la tasa por razón de su rango.

Frontera

A principios del siglo XX, con la proliferación de vehículos de combustión, fue necesario construir un nuevo puente que acabaría destruido durante la batalla de Berlín de 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial. Se reconstruyó en 1949 y aprovechando que su trazado longitudinal va de Este a Oeste, se utilizó para delimitar la frontera entre la comunista República Democrática Alemana (RDA) y Berlín Occidental, controlado por los aliados. A partir de entonces y durante la Guerra Fría solo podía cruzarse si se disponía de un permiso especial.

No es de extrañar, pues, que fuera elegido como punto de intercambio de prisioneros en tres ocasiones, porque aparte de la más famosa también fue escenario de operaciones similares en 1985 y 1986. Finalmente, el puente Glienicker quedó abierto para que pudiera pasar todo el mundo el 10 de noviembre de 1989, al día siguiente de la caída del Muro. Ahora, en el centro del puente, hay una franja metálica que recuerda esa separación.

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