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SANGRE DE DRAGO

Testamentos heroicos

Me impresiona pensar en las personas que, al hacer su testamento, incorporan en él, como herederos, a personas que no son de su familia. Me resulta una decisión valiente, pensada y con una profundidad social digna de reconocerse. En Cáritas, en general, y en Cáritas Diocesana de Tenerife, en particular, hemos recibido algún legado testamentario de personas que han querido que los pobres sean también sus herederos.

La vida nos ha sido favorable o desfavorable desde el inicio. Para algunas personas, en la carrera de la existencia, han comenzado con varias vueltas de ventaja. Otros ha salido con algunas de retraso. Nadie eligió el momento ni la familia en la que nació. Recibimos posibilidades dadas o las tuvimos que construir, o nos las ofrecieron gratuitamente otros, o la conquistamos nosotros. El apellido ya no trae, como en otros tiempo, ventajas radicales, pero no cabe duda que el origen familiar nos ofrece posibilidades o límites iniciales. Luego llegará el esfuerzo personal, el talento innato y la responsabilidad de cada uno. Pero, alguna ventaja o desventaja traemos desde el inicio.

Hay quienes son conscientes de este beneficio no debido y encontrado como consecuencia de un azar que combina los propio y lo extraño. Algunas personas, conscientes de esta suerte inicial, al final de su vida, como gesto de gratitud, dejan a los desfavorecidos también como herederos. Algunas llamadas he recibido en la que me han dicho algo así como «(…) ya tengo mis cosas arregladas y he repartido entre mis hijos mis bienes, pero quiero dejar a los pobres que atiende Cáritas algo en mi testamento. ¿Qué tengo que hacer?». Cada vez que lo he escuchado me ha sorprendido más. Porque es un acto último de adopción. Es introducir en la familia a otros, tan desconocidos como necesitados, en un acto de confianza en Cáritas. Es aumentar la familia haciendo a las personas pobres y no atendidas, los preferidos de Cristo, hijos personales. Es un acto admirable por gratuito y anónimo. Porque solemos querer saber a quienes se ayuda; queremos ver su rostro de agradecimiento y conocer el éxito de nuestra labor. Y sin embargo esta ayuda última quedará presente solo para otros. Un acto heroico de generosidad final.

Cuando no se tienen herederos, dejarlo a una institución como Cáritas me resulta de elegancia y responsabilidad. Pero cuando se hace sumando a los pobres a nuestros herederos, me resulta heroico e impresionante.

Por otro lado, tal vez sea importante reconocer que a las generaciones venideras no solo les dejamos bienes materiales, sino que les convertimos en herederos de nuestras mentalidades. No solo los bienes materiales, sino los inmateriales. La cultura en toda sus manifestaciones. Podemos también dejar en herencia un amor sano al saber honrado y a la razón amplia. Podemos testar en favor de las generaciones venideras un amor inquebrantable al sentido común y a la evidencia que se nos impone. Podemos dejar una estatura ética y un sentido de la justicia y de la dignidad. Podemos testar en favor de los demás un serio amor al prójimo y una pasión por los derechos humanos. Todo esto, inmaterial, puede unirse a la materialidad de un apoyo a una institución que afirma que su misión específica es atender a los últimos y no atendidos.

Un poquito de todo. Es más: tal vez la mejor herencia a un hijo o a una hija sea decirle, de esta forma tan evidente, que el amor y la gratuidad son, a la postre, lo único que queda cuando todo se corrompe. Que el horizonte de la familia, como el alma, es más amplio que su estrecho cuerpo.

Si me paro a pensar en las cosas que ya heredé, con las que vine a este mundo y que me han sido favorables, las que me configuraron en lo que soy, siento y pienso; si sumo todo lo recibido, de lo que yo no he tenido nada que ver, me siento muy rico. Si me paro a reconocer el número de personas que hicieron posible cada paso que he dado, me sorprendo de lo rico que soy.

¿Qué más puedo heredar?

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