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Alejandro de Bernardo

Se leen con los pies

Aún no se nos ha ido del todo. La sensación de peligro, digo. Los contagios no han parado. Todavía hay que ponerse la mascarilla en muchos sitios. Pero hay un impulso irrefrenable por salir. Aunque el miedo siga en el cuerpo. Dos años taladran mucho. Añorada libertad en letra grande. Nos hemos puesto su traje. Y… ¡hala! a recorrer el mundo. A ocupar hoteles, paradores, autocaravanas o tiendas de campaña. No se puede parar.

«Dentro de 20 años lamentarás más las cosas que no hiciste que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre». Esto es de Mark Twain. ¡Cuándo mejor que ahora! Ansiosos por salir de este encierro físico y psicológico. Salir de la casa, viajar, asomarse al mundo. Y comprobar que el mundo sigue ahí. Para nosotros. Sabiendo que nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas, como bien decía Henry Miller. Viajar es la única cosa que compras y que te hace más rico. Aunque repitas destino año tras año. Algo así como mirar al Teide… todos los días es diferente.

Cada uno viaja como es. O es como viaja. Desconfío mucho de los viajes organizados. Lo he repetido hasta la saciedad. Ahora sé que lo que no me gusta es la prisa. Las horas a menos cinco. Los días contados. Hay quien lo hace frenéticamente, con la ansiedad de recorrer muchos kilómetros, de visitar muchos lugares y de contar muchas experiencias. Alguien ha dicho que no se viaja para viajar sino para decir que se ha viajado. A algunos les pasa.

Viajar no es desplazarse. Hay que educar los ojos para ver, formar la mente para analizar y preparar el corazón para sentir. Si fuera cierto que el viajar enseña, los revisores de billetes serían las personas más sabias del mundo, decía Santiago Rusiñol. Para que calen, hay que amar los viajes, hay que apasionarse con ellos. Qué precioso el lema de los marineros del siglo XVI: «Lo que importa no es vivir, lo que importa es navegar».

Solos o acompañados, da igual. Allá cada uno y cada quien. La naturaleza o la civilización. El mar, la montaña, las ciudades o los pueblos. ¡Qué suerte tenemos los que tenemos pueblo! Cortos o largos… como el café. Internacionales o de andar por casa. En familia o con amigos. Lo importante es viajar.

Quizás está en la esencia de nuestro ser. Ser peregrinos. Peregrinos de la vida. Eternos turistas en esta tierra. Mirar todo siempre con ojos asombrados. Esa calle que recorremos todos los días, nuestra casa, el barrio, la plaza, las bandadas de pájaros que cada tarde se detienen en esa antena que ves desde el patio de tu casa. No importa tanto a dónde vayas, sino tu mirada. Y que todos guardamos, entre nuestros mejores recuerdos, aquel viaje que con los años cada vez se nos presenta más fresco. Como si lo hubiésemos hecho ayer por la tarde. Disfrutar con el cuerpo y el alma o la mente o el corazón de esta tierra que es hermosa la mires por donde la mires.

Viajar es comprender que estabas equivocado. Encontrarse con otras culturas, con otras costumbres, con otras religiones, con otras formas de pensar y de vivir… relativiza las nuestras. Viajar es veneno para los prejuicios, para la intolerancia. Viajar cultiva la humildad, porque adquieres conciencia de lo insignificante que eres en el mundo.

Dicen que las ciudades son libros que se leen con los pies. Yo que tengo pueblo… digo que un pueblo no se lee tampoco de un salto. Es más, es el sitio en el que mejor se lee. Hasta con los ojos cerrados.

Feliz lunes. Felices vacaciones. Hasta septiembre.

adebernar@yahoo.es

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