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Miguel Ángel Blanco, siempre en nuestra memoria

Hay fechas que no pasan desapercibidas marcadas por acontecimientos que a pesar del transcurso del tiempo siguen estando presentes en la memoria colectiva. Cuando ETA secuestró a Miguel Ángel Blanco Garrido en aquel verano del 97 yo tenía tan solo ocho años. Recuerdo que el ambiente en casa se tornó confuso ya que no entendía muy bien lo que realmente estaba ocurriendo. Aquellos días mientras jugaba en el salón me llamó la atención ver a mis padres expectantes ante la pantalla observando las imágenes de aglomeraciones de personas que alzaban las manos pintadas de blanco al grito de libertad, mostrando pancartas con diversos mensajes y portando velas como antorchas de esperanza. El pasado día 13 de julio se cumplió el 25 aniversario de su fallecimiento y aún son numerosos los adultos de mi generación y, particularmente, los más jóvenes, quienes desconocen su figura y los hechos previos a su muerte que marcaron aquellas tres largas e intensas jornadas veraniegas. Por tanto, conviene rememorar para no olvidar.

El 10 de julio de 1997 no fue un día cualquiera en España al trascender la noticia que el joven concejal de Ermua había sido secuestrado por tres etarras en una estación de tren cuando se dirigía a su puesto de trabajo en Eibar. Diez días después de la liberación de José Antonio Ortega Lara, el fantasma de ETA volvía hacer acto de presencia exigiendo al gobierno español de entonces el acercamiento de presos etarras a cárceles vascas en un plazo de 48 horas. La sociedad española asistía nuevamente conmocionada a un nuevo episodio de terror donde la incertidumbre se apoderaría de cada rincón de nuestro país. A medida que pasaban las horas, los dos días siguientes a su desaparición, la repulsa de gran parte de la ciudadanía no se hizo esperar: cientos de miles de personas se manifestaron en plazas y calles de numerosas capitales de provincia y demás ciudades clamando por su puesta en libertad. La concentración de Bilbao del 12 de julio, la más multitudinaria contra la organización terrorista, contó con la asistencia de más de medio millón de personas que plantaron cara a ETA, transmitiendo con firmeza la defensa de la libertad y la democracia frente a la barbarie.

Sin embargo, el reloj avanzaba y ante la negativa del ejecutivo español de sucumbir ante la pretensión de ETA se cumplió la amenaza: Miguel Ángel Blanco fue hallado en un descampado maniatado con dos tiros en la nuca a escasos kilómetros de Lasarte (Guipúzcoa). A pesar del impacto de las balas fue localizado con vida, aunque acabaría falleciendo en la madrugada del 13 de julio, convirtiéndose en la victima 778 de ETA. En Ermua, tras conocerse el fatal desenlace se sucedieron de inmediato los gritos de asesinos y las voces contra Herri Batasuna. La consternación dio paso a un tsunami de indignación a escala nacional en el que millones de españoles tomarían las calles para alzar como nunca el repudio de las acciones de la banda terrorista. El revuelo ante semejante atrocidad tuvo eco, incluso, fuera de nuestras fronteras, encabezando titulares en muchos medios de comunicación internacionales, donde hasta el mismo Papa Juan Pablo II expresó sus condolencias. Hoy, un cuarto de siglo después, el Estado de derecho se ha impuesto al terror. No solo lloramos la ausencia de Miguel Ángel Blanco, sino de todas las víctimas del terrorismo que permanecerán siempre vivas en nuestra memoria.

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