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con la historia

La expediciónMalaspina

Para muchos que estos días comienzan sus vacaciones, el mar es el destino soñado, bien sea yendo a la playa o navegando. La gente se embarca sin temor alguno en cruceros que surcan todos los océanos del planeta. Sin embargo, tiempo atrás aquellas inmensidades azules eran un lugar desconocido y lleno de peligros, donde solo muy pocos se aventuraban a adentrarse. Cuando se habla de exploradores, enseguida nos vienen a la cabeza los grandes navegantes. Normalmente se explica que primero se pusieron en marcha expediciones castellanas y portuguesas y después cedieron la iniciativa a británicos y franceses. El problema es que la historia se expone como una sucesión de hechos encadenados cuando, en realidad, los acontecimientos nunca siguen una lógica tan ordenada. Por ejemplo, no es del todo exacto que en la España de la Ilustración no hubiera interés por las expediciones científicas como las que hacían sus vecinos del norte. La diferencia es que quien las impulsaba no tenía el poder de su parte, tal y como pudo comprobar Alejandro Malaspina.

Alejandro Malaspina, impulsor de la expedición olvidada. | | MUSEO NAVAL DE MADRID

Nacido en 1754 en el Gran Ducado de la Toscana (entonces Italia como Estado no existía), a los 20 años se incorporó a la Marina Real Española y empezó a hacer carrera. Después de participar en diferentes campañas navales en el norte de África y Filipinas, en 1778 y bajo el patrocinio de Carlos III empezó a preparar la expedición científica más ambiciosa que jamás se había planteado a la corona. La idea era visitar y estudiar todos los territorios coloniales. El monarca murió en diciembre de 1788 y no pudo ver zarpar a Malaspina, que salió de Cádiz el 30 de julio de 1789.

La expedición estaba formada por dos corbetas, llamadas Descubierta y Atrevida, como homenaje a las Discovery y Resolution del navegante James Cook, que había llegado a las Antípodas. Malaspina había diseñado y dirigido la construcción de los dos barcos y él mismo capitaneó uno, mientras que el otro quedó a cargo del militar cántabro José de Bustamante. Por eso aquella aventura ha pasado a la historia como la expedición Malaspina-Bustamante.

Entre la tripulación se encontraban algunos de los mejores especialistas en astronomía, botánica, geología y cartografía. Y también había dibujantes y pintores, porque en esa época todavía no existía la fotografía y eran los encargados de ilustrar todos los hallazgos.

Al salir de Cádiz, la Descubierta y la Atrevida hicieron una primera escala en Canarias y después cruzaron el Atlántico hasta llegar a las Malvinas y la Patagonia. Una vez superado el cabo de Hornos, pusieron rumbo al norte bordeando la costa del Pacífico, desde Chile hasta Panamá. En 1791 llegaron a Acapulco y cuando se preparaban para ir a Hawái, el rey Carlos IV les ordenó que intentaran localizar el paso del Noroeste, que es como se llamaba el punto en el que teóricamente conectaban los océanos Atlántico y Pacífico. Aunque los de Malaspina llegaron hasta Alaska, no avistaron ningún posible punto por donde pasar y decidieron volver a Acapulco para seguir la ruta hacia las islas Marshall y las Marianas, antes de llegar a Manila en 1792. Allí se dividieron. La Atrevida fue a Macao y la Descubierta exploró el archipiélago filipino. Reunidas de nuevo, continuaron hacia Nueva Zelanda y Sidney. Desde allí volvieron a pasar por la Patagonia antes de poner rumbo a la península Ibérica. Atracaron en Cádiz el 21 de septiembre de 1794 y fueron recibidos con todos los honores, pero para Malaspina la alegría duró poco.

Además del resultado de las investigaciones, el navegante entregó un informe secreto al primer ministro Godoy, donde aconsejaba conceder la autonomía a los territorios de ultramar. La Corte no se tomó demasiado bien la sugerencia y Malaspina quedó arrinconado, a pesar de las promesas de recibir un buen cargo como muestra de agradecimiento a los servicios prestados en alta mar. Desengañado, conspiró para derrocar a Godoy pero fue descubierto y lo condenaron a 10 años de cárcel en A Coruña. Además, los resultados de la expedición fueron requisados y no se publicaron hasta 1885. Malaspina ya no lo vio. Había muerto en 1810, desterrado en Italia, donde fue enviado después de su paso por prisión.

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