Pueblan el sur de Europa unos seres míticos procedentes de la antigua Roma. Parlanchines y románticos por naturaleza, nunca olvidan su esencia latina, son capaces de construir belleza y de perderse en batallas intestinas hasta destruirse mutuamente. La envidia es el deporte nacional y las cuitas internas sangran odios irreconciliables que amansan su sed en el engaño y la traición. Languidece julio y la temperatura política bate récords en el país cuna de lo mejor y lo peor que sabemos ofrecer al mundo. Arrivederci a la tecnocracia de Draghi y el gobierno de unidad nacional y ciao a un más que probable pacto entre derechas, fascistas y populismos. Adiós a la postura común frente a la invasión de Putin y hola al caballo de Troya que puede ratificar a Italia como su propio enemigo y el nuestro. Retorna la tragicómica pareja del director Vittorio De Sica en «Matrimonio a la italiana», el galán Domenico (Marcello Mastroianni), un empresario dandy y holgazán, y Filomena (Sophia Loren), prostituta obsesionada con convertirse en su esposa, personajes fetiche de la cultura popular a ambos lados del Mediterráneo. Y como ellos, en el Parlamento italiano medran a sus anchas los campeones absolutos de la hipocresía, amantes que guardan las apariencias y esconden lo evidente. Nuestras sociedades tan democráticas están saturadas de camaleones con tendencia al melodrama, artistas de la improvisación, apasionados buscavidas con gafas de intelectual, ex ricos del boom económico venidos a menos, ganadores perdedores y viceversa de la crisis mutante, ilusos que juegan a soñar una vida impostora. Arde la inflación y la República italiana adopta un aire extraño y oscuro, igual que un amor de verano cuando llega el frío. Llega otro enlace matrimonial, pero aún no sabemos a quienes van a invitar a la boda o si la celebrarán en secreto. Porca miseria.
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