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¿Dónde están los hombres lobo?

El 20 de julio de 1969 los tripulantes de la nave Apolo 11 de la NASA fueron los primeros hombres que pusieron los pies en la Luna, proeza que supuso un hito histórico para la humanidad.

¿Dónde están los hombres lobo?

Si alguien espera encontrar aquí argumentos para alimentar las teorías conspiranoicas lamento comunicar que no los encontrará. Precisamente, la conquista del espacio sirvió para cambiar la perspectiva que se tenía de nuestro satélite. Hasta entonces, todo tipo de fantasías habían servido para alimentar la cultura popular. En el siglo XIX, por ejemplo, corrió el bulo de que la Luna estaba habitada, mientras otros aseguraban que era la responsable de la aparición de seres fantásticos como los hombres lobo.

Cabe decir que a pesar de algunas apariciones en la saga Crepúsculo y en las aventuras de Harry Potter, durante los últimos tiempos los hombres lobo son unos personajes que no han tenido la misma popularidad que otros. Vivieron su época dorada en las décadas de 1930 y 1940, cuando se rodaron una serie de películas aprovechando el tirón de la novela Un hombre lobo en París, escrita en 1933 por el norteamericano Guy Endore, donde se narra la historia de Bertran Caillet, un hombre atormentado porque no puede controlar sus bajos instintos cuando se convierte en lobo.

El libro fue un éxito de ventas y los historiadores de la cultura popular sitúan el fenómeno literario a la altura del Drácula de Bram Stoker y del Frankenstein de Mary Shelley. Buena prueba de ello es que solo dos años después de la publicación de la novela ya se estrenó El hombre lobo de Londres, que empezó a construir parte de los referentes visuales que se irían perfeccionando en filmes posteriores.

Todo ello no dejaba de ser la adaptación evolucionada de una larga tradición ancestral que hunde sus raíces en la noche de los tiempos. Buena prueba de ello es que el término licántropo, que se utiliza como sinónimo para definir a la persona que se transforma en lobo, proviene del griego.

Según los textos clásicos, en la antigua y mítica Arcadia (situada en la península del Peloponeso) existió un rey llamado Licaón. De él se cuentan muchas historias. Ninguna buena, por cierto. Con algunas variaciones, todas coinciden en exponer que participó en un banquete en el que se ofreció carne humana. En algunos relatos la carne habría sido de uno de sus hijos, y en otros, de un bebé. En cualquier caso, en la mayoría de estas narraciones mitológicas también suele aparecer Zeus disfrazado de campesino. Al Olimpo le había llegado la voz de que aquel monarca no seguía los preceptos religiosos y había decidido bajar a la Tierra para comprobarlo en persona. Licaón, que además de impío se creía muy listo, enseguida se olió que aquel labrador que pedía limosna era una divinidad disfrazada, y para demostrar que tenía razón tuvo la idea de servirle carne humana, cosa que ofendía a los dioses. Porque una cosa es que fueran caprichosos con los designios de los mortales, y otra muy diferente, que se los zamparan para comer. Total, que cuando Zeus tuvo el plato en la mesa puso el grito en el cielo (¿dónde si no?) y como castigo convirtió a Licaón en lobo.

Otras versiones explicaban que durante el gobierno de aquel rey, en Arcadia se celebraban sacrificios humanos y los que se comían la carne se transformaban en lobos. El hechizo duraba ocho años siempre y cuando no se hubieran tragado a nadie más desde entonces. Los especialistas en historia de Grecia apuntan a que este tipo de leyendas se explicaban para denigrar antiguas tradiciones que había en tierras helenas, como el sacrificio de personas para honrar a los dioses, práctica que con el paso del tiempo fue vista como una monstruosidad.

Lo interesante es que en aquellos episodios la luna llena no aparecía por ninguna parte. La irrupción del satélite como secundario imprescindible en el licantropismo empezó a asomar durante la cacería de brujas, ya que entonces se extendió por varios puntos de Europa la leyenda de que había personas que podían convertirse en bestias feroces cuando había luna llena. Que el animal fuera el lobo no era raro, porque era a quien más temían la gente del campo y la montaña.

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