eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José María Lizundia

De la socialdemocracia europea al peronismo español

Desde hace años hay quienes sostienen que la socialdemocracia ha muerto de su propio éxito, una ideología muy pujante durante todo el siglo XX y la única que se ha realizado, que logró con la ayuda de los conservadores frenar el comunismo, creando el estado social para que fuera su valladar. Eric Hobsbawm dio una contestación un tanto sorprendente cuando se le preguntó por qué era comunista, a lo que respondió que, gracias al comunismo, por su amenaza de triunfar, se había creado el gran cortafuegos del estado de bienestar, pura dialéctica hegeliana: la antítesis posibilita una síntesis que busca ser tesis. También le contestó a Chistopher Hitchens cuando le preguntó si seguía siendo comunista, que no: había olvidado pagar las cuotas. Los comunistas británicos siempre han sido rara avis, no hay más que ver a Kingsley Amis (padre de Martin) y sus amigos.

La patria de la socialdemocracia es Alemania que se interpuso al comunismo entre otras razones por una pléyade de grandes marxistas reformistas, que creó una cultura de concordia para forjar mucho después la gran coalición con los conservadores de Merkel. Actuación sobre los hechos reales, estricta separación de poderes, respeto a la ley y talla moral del político. El doctor Sánchez con su urna secreta (finalmente expulsado) hubiera sido un cuerpo extraño. Las socialdemocracias escandinavas, si cabe más precursoras, evolucionan y conforme a la razón calibran los nuevos desafíos, reinstauran el servicio militar obligatorio con aumento del gasto militar, la OTAN. La nuclear puede ser considerada energía limpia y toman medidas frente a la emigración ociosa.

Por eso nadie que no sea un sectario puede dudar cuando Rajoy afirmaba que era él quien más había elevado el gasto social, un hecho objetivo inimpugnable, imposible de reconocer para quienes su único discurso político es el asentado en la irracionalidad, sectarismo, la estigmatización consecuente y una batería de significantes que jamás llegan a significado: “recortes”, “privatizaciones” o “neoliberal”, males tan infernales que se agotan con solo pronunciarlos, convertidos en máximas de moral. Banales consignas barnizadas que impiden el debate, argumentación y persuasión, al resultar meras jaculatorias muy coreadas.

La socialdemocracia, por ser reformista, siempre se atuvo a la realidad objetiva, el consenso primordial y la razón. Una convergencia entre grupos de similares fines ha mantenido estabilidad y progreso, moralidad y concordia, e inclusión. Todo lo que niega el sanchismo, que se sitúa del lado opuesto de la socialdemocracia ya transformada en frente de estabilidad y avances, que su agotamiento ideológico no ha enturbiado sus valores. Mientras Sánchez imprime mayor paroxismo a la orgia peronista catalizada con verdaderas alucinaciones económico sociales y despótico zafarrancho anti-institucional.

Compartir el artículo

stats