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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Una puerta pintada de verde

Bajo una luz limpia como la verdad de un niño y frente al mar de azules incansables redescubres siempre que la palabra –en la que has vivido todas las vidas que te ha tocado desvivir– es prescindible. Las palabras siempre ocultan lo que de verdad dicen, como saben los poetas, expertos en sabotear cualquier experiencia. Si a pesar de todo quieres estropear la realidad con tus palabras, al menos interrumpe lo menos posible. Cuando un joven admirador le pidió a Josep Pla un consejo para aprender a escribir el viejo escritor salió de la habitación y lo llevó al exterior de su masía y allí le señaló una puerta verde. El joven –por supuesto– no entendió nada. Pla ordenó: «Describa esta puerta de color verde en un folio». «Pero si solo es una puerta verde», le replicó el mocoso. «Pues eso. Descríbala sin inventarse nada. Ponga en el folio únicamente lo que ve». Pla siempre explicó que era mucho más fácil opinar que describir, «y por lo tanto, todo el mundo opina». Creo que el jovencito no volvió a publicar en su vida.

Llevo treinta años opinando en los papeles periódicos, treinta años, con brevísimos lapsos, desobedeciendo la sabiduría de Pla: un privilegio, un placer y una losa. Lo básico no ha desaparecido del todo: mantener cierta voluntad de estilo a través de un personaje que supuestamente escribe una columna y que tiene mi nombre y apellidos, pero que no soy exactamente yo. Esa voz autorial –así lo llaman los técnicos cursis en materia retórica– tiene varias veneraciones: el mar, la prosa epistolar de Viera y Clavijo, los atardeceres, Josep Pla, algunos amigos vivos o muertos entre otras. También profesa odios y desprecios: los amaneceres, el fútbol, el arroz a la cubana, nuestra democracia de baja intensidad, la poesía de García Montero, por ejemplo. Yo no soy de los que extrañan el papel prescriptor que supuestamente tenían antes los periodistas y general y los articulistas en particular, arrasado en los últimos quince años por la proclamación de la opinión de cualquiera como un monumento incuestionable. La furia opinativa lo envuelve una enredadera venenosa desde la pocilga de las emociones y cualquier emoción, cualquier tormenta sentimental, legitima ideología política, creencias religiosas, sexo, género, vocación o resentimientos. Todo el mundo tiene derecho hoy a crear su propia biografía ad hoc. El otro día escuché a un viejo político decirle a un periodista que no le tenía miedo. Este viejo político ha ocupado una decena de cargos públicos, ha formado parte del establishment político de este país durante décadas y es rico, bastante rico, gracias a su jugoso patrimonio familiar. Ahora mismo es senador, pero ejerce su derecho a inventarse su propia biografía, en la que es un hombre perseguido por los poderosos y ruines de este mundo que se ve en la obligación de declararle a un periodista, en el colmo de una heroica valentía, que no le tiene miedo. Bien por él pero ¿intuyen ustedes lo que pensamos los periodistas en medio de la crisis interminable de esta profesión agonizante de los políticos que intentan posar heroicamente sobre nuestro torturado y precarizado cogote?

La élite política y empresarial ya no habla con los periodistas, solo con los editores. Cuando yo era feliz, joven e indocumentado te podías dirigir a un presidente o a un consejero en los pasillos del parlamento y te concedían o negaban unas declaraciones con el lenguaje articulado propio de un ser humano. Ahora hasta los directores generales son semidioses a menudo ágrafos a los que nadie debe osar molestar. La sensación de derrota histórica y personal empieza a calar en los huesos. Ni tú ni el país tienen remedio. Quizás ha llegado el momento de salir de vez en cuando de la opinión, como de un cuarto con una atmósfera demasiada cargada o de una cocina excesivamente cercana a los retretes. ¿Es un buen momento hacerlo en un año preelectoral? Sí, definitivamente es un buen momento. En lugar de la ordalía de la opinión, como pedía el maestro Pla, una buena descripción de la puerta pintada de verde y así, tal vez, podamos abrirla y encontrar una manera de entrar en el futuro.

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