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Alejandro de Bernardo

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Alejandro de Bernardo

¿Miguel Ángel Blanco?

Trasladé la pregunta a mis hijos –18 y 19 años–: ¿Sabéis quién era Miguel Ángel Blanco? No lo sabían. Exactamente igual que tantos jóvenes de este país. ¡Qué solos se quedan los muertos! No sé de qué me sorprendo. Me da tristeza y me culpo. Hace ahora 25 años. Bodas de plata y sangre. Los mismos que llevo escribiendo. Tengo aquellos días extraordinariamente frescos en mi memoria. El mismo calor de ahora. Al mediodía del viernes 10 de julio del 97, la banda terrorista ETA secuestraba al concejal del Partido Popular en la localidad de Ermua, Miguel Ángel Blanco Garrido –el apellido de la madre no se debe olvidar–, e imponía un plazo de 48 horas al Gobierno para que trasladara al País Vasco a los presos de ETA o, de lo contrario, lo ejecutarían. Algo tan imposible como inasumible. El terrorismo es eso, aterrorizar, hacer sufrir, matar.

Me culpo de la ignorancia de mis hijos pero los comprendo. Me recrimino no haber sido más específico al hablarles del terrorismo de ETA. Vi con ellos la miniserie La línea invisible. Pero se reduce a los inicios de la banda terrorista en 1968, con el asesinato del guardia civil gallego José Antonio Pardines. La conclusión tiene poco que ver con los grandes ideales ni nada por el estilo. Aún me pregunto cómo algo tan pueril pudo permanecer en el tiempo y costar la vida a tantos inocentes. Las clases de historia a lo mejor deberían empezar de ayer para atrás. Y no como siempre o casi siempre. Si no, nunca se llega a lo próximo. Y lo cercano compromete más. O debería.

Vuelvo a los asesinos de ETA. Porque no es algo lejano. En España su última “obra” fue el 30 de julio de 2009. La explosión de una bomba lapa adosada a los bajos de un coche mató a dos guardias civiles. Ayer por la tarde como quien dice. ¿Hace tan poco tiempo? Preguntaba mi hijo entre sorprendido e incrédulo. Sí, cuando tú tenías 5 años.

Miguel Ángel Blanco trabajaba muy cerca de su pueblo, en Eibar. Comía con sus padres y se iba después al trabajo en una consultoría, a la que accedió tras licenciarse en Empresariales. Era hijo de emigrantes como tantos en el País Vasco. Antes había trabajado de albañil junto a su padre. Así de peligroso era Miguel Ángel. Un chaval de 29 años, nacido el 13 de mayo de 1968, al que le gustaba la música. Fan incondicional de Héroes del silencio. Lo llevaba marcado. Le gustaba tocar la batería con su grupo Póker. A su única hermana Mari Mar, que se había ido a estudiar a Escocia, la vio cuatro meses antes por última vez cuando la despidió, aún metido en cama, con un beso.

Miguel Ángel Blanco fue secuestrado a punta de pistola al bajarse del tren. Eran las tres y media de la tarde. Media hora pasó cuando sonó el teléfono de una de las secretarias del ministro del Interior, a la que le gritaron: «Hijos de puta lo de Ortega Lara lo vais a pagar. ¡Gora Euskadi Askatuta». Luego llegaron las condiciones. O se acercaban los presos de ETA a las cárceles vascas o Miguel Ángel sería ejecutado. Dos días lentos, bochornosos… de sudores fríos. El sábado, a las cuatro de la tarde, le dispararon dos veces por la espalda. Lo encontraron aún vivo unos senderistas. La madrugada de ese sábado al domingo fallecía. España entera salió a la calle con las manos pintadas de blanco.

Fue un pulso a toda un país que clamaba –clamábamos– para que no lo matasen. No sirvió de nada. O sirvió para mucho. Porque hubo un antes y un después. Fue como si el miedo desapareciera de golpe. Nos unimos contra el terror. La mayor reacción ciudadana que jamás se había conocido en contra de ETA y a favor de la libertad de una persona secuestrada. En esas cuarenta y ocho terribles horas, unos seis millones de personas salimos a la calle para pedir la libertad de Miguel Ángel. Y aunque siguieron matando, los que tuvieron que esconderse fueron ellos. Sus asesinos están en la cárcel. Su sitio. Se me sigue poniendo la piel de gallina y se me humedecen los ojos. Que no volvamos a padecer nada parecido. Se lo debemos a Miguel Ángel. Y a las 853 víctimas más de estos miserables. Se puede perdonar pero no olvidar.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es

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