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con la historia

La guillotina no venció a la monarquía

El 14 de julio en Francia es fiesta nacional para conmemorar la toma de la Bastilla en 1789, ya que se considera el origen de la famosa revolución que todos sabemos que sucedió, aunque no se tenga ni idea de historia.

La guillotina no venció a la monarquía

Nuestros vecinos siempre han tenido la habilidad de presentarse como un país avanzado y revolucionario, pero la cosa no fue sencilla y durante el siglo XIX volvieron a tener reyes. De hecho, inicialmente, en 1789, no todo el mundo quería proclamar la República, pero como Luis XVI empezó a conspirar e intentó huir, acabó decapitado en 1793. Después, como ocurre casi siempre que un país cambia de régimen, vino un período de caos que se acabó cuando apareció una figura que lo transformó todo: Napoleón Bonaparte.

El militar corso fue nombrado Primer Cónsul de Francia en 1799. Por un lado consolidó valores revolucionarios como la igualdad entre ciudadanos y por otro lado puso orden. La lista de medidas es larguísima: impulsó una profunda reorganización administrativa de cariz centralista donde todo se dirigía desde París, reordenó la economía con la creación del Banco de Francia y la introducción de una nueva moneda llamada franco, implantó el Código Civil, que todavía hoy influye en el corpus jurídico de media Europa, y así podríamos seguir hasta ocupar toda la página.

En 1804, cuando el pueblo ya le seguía a pies juntillas, tuvo la ocurrencia de autocoronarse emperador. Su imperio duró algo más de 10 años, durante los cuales completó su obra de gobierno y expandió las fronteras del país con el argumento de exportar los valores revolucionarios; pero también, con la idea de terminar con el imperio británico, que era el principal enemigo de los galos. El problema es que fracasó en las campañas militares de Rusia y la Península Ibérica y fue derrotado en dos tiempos. Primero, en 1814, y de forma definitiva en 1815, cuando fue desterrado a la isla de Santa Elena.

Cansados de inventos, los franceses vieron con buenos ojos el regreso de los borbones en la figura de Luis XVIII, hermano del decapitado Luis XVI. El nuevo monarca tenía el pleno apoyo de las casas reales europeas (que habían vivido atemorizadas por el auge de la Revolución y el imperio napoleónico) y fue agradecido con sus padrinos. Por eso, por ejemplo, en 1823 ayudó militarmente a Fernando VII a eliminar a los liberales que habían llegado al poder en España.

Durante su reinado, Luis XVIII quiso construir una monarquía constitucional, pero su hermano y sucesor Carlos X echó su trabajo a perder cuando asumió al trono en 1824. Era tan reaccionario que había llegado a liderar un partido secreto, el partido ultramonárquico. Su idea era restituir el Antiguo Régimen, pero la sociedad había cambiado mucho y los burgueses, que habían probado la libertad, se sublevaron en julio de 1830. Aquella revolución supuso el final definitivo de la dinastía borbónica pero no de la cosa monárquica, pues llegó Luis Felipe de Orleans. Eso sí, en vez de hacerlo como rey de Francia lo hizo como rey de los franceses, que parece lo mismo pero no lo es.

Las dificultades económicas y el desgaste político desembocaron en una nueva revolución en 1848. Entonces sí que los republicanos se hicieron con el poder. El error fue elegir de presidente a Luis Napoleón Bonaparte que, en 1851, emulando a su tío (el Napoleón original) dio un golpe de Estado y se coronó emperador. A partir de 1852 empezó el Segundo Imperio, marcadamente conservador, autoritario y patriótico; pero tuvo la suerte de coincidir con un momento de bonanza económica fruto de la consolidación de la Revolución Industrial.

Todo ello acabó en 1870 con la guerra franco-prusiana, que estalló después de una escalada de tensiones a nivel europeo. Enseguida se vio que el emperador no había heredado la pericia militar de su tío y fue derrotado en las primeras de cambio. La clase política le destituyó y en 1870 empezó la Tercera República, una etapa que duró hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Siete décadas llenas de altibajos políticos, pero nunca se volvió a pensar que tener rey fuera la solución a los problemas del país.

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