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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

Debate trufado

Mientras oigo un vinilo de culto, una antigüedad de la Nueva Trova que básicamente me acompaña sin distracción y me ayuda a acabar la columna, el sinfín informativo repite, consciente de mi torpeza o cansancio que, después de siete años, volvió el Debate del estado de la nación al Congreso de los Diputados. Zapeo sobre el fondo de Pablo Milanés y verifico, una vez más, que dentro de los conocidos sesgos, las cadenas coinciden en un esforzado funambulismo en sus titulares y cortes, en el alambicado empeño de contentar o, cuando menos, no irritar al gobierno y la oposición y visualizar, por eso de la España plural y autonómica, las necesarias minorías territoriales, y las fuerzas primaverales que retroceden en distinto grado.

Tiempo habrá, y sobrado, para conocer a fondo, criticar o elogiar, gozar o sufrir y, en todo caso, las luces y las sombras, los aciertos, errores y bochornos de los actores; la novedad del evento, el paquete de medidas económicas propio de un ciclo de vacas flacas, lastrado por los costes de la pandemia y torcido por una guerra infame –la criminal invasión rusa a su vecina Ucrania– y las represalias de Putin, que dejan sentir sus efectos en las economías de los socios de la Unión Europea y en el conjunto del continente. La inflación no es una amenaza – ¡que viene el lobo! sino una realidad costosa para las naciones más potentes y dependientes en la energía; un problema continental que exige actuaciones conjuntas y en la que, de momento, nuestro país no está entre los más perjudicados; hay buenos datos de empleo y turismo y, en algunas comunidades –Madrid es el ejemplo cimero– sobra el dinero, al punto de becar a alumnos con rentas familiares por encima de los cien mil euros largos para estudiar en centros privados, claro está.

Tras la tormenta conservadora, que sólo batió a Pablo Casado y al lugarteniente Egea, el debate general cogió al nuevo jefe de la oposición como espectador de lujo, y repitió portavoces y argumentos, como si no hubiera pasado nada. Contaremos, en su momento, la resaca, que la hubo y es lo que importa.

Tuvo unos prólogos ácidos con un incendio grave y mal afrontado en Zamora y salidas de tono de Vox en Castilla-León que ofenden las libertades vigentes y la inteligencia; roces y enfrentamientos entre los socios del gobierno estatal por las futuras inversiones en defensa, tras la exitosa Cumbre de la OTAN en Madrid; y saludos acres a la Ley de Memoria Democrática en las que coincidieron –baje San Pedro y lo vea– Aznar y González. Por cierto, denunciamos una consentida, jaleada y, dentro de poco, choteada sobreexposición de los expresidentes españoles ante unos medios audiovisuales exigentes; está bien que les recordemos en medidas dosis pero raro es el día que González y Aznar no pontifiquen sobre un asunto sensible o de actualidad. Es un caso sin precedentes en el mundo occidental donde los mandatarios retirados son más discretos, prudentes y respetuosos con sus sucesores y con los ciudadanos a los que sirvieron. Pero aquí Felipe, José María, y ya se animan a la salsa Zapatero y Rajoy, asienten y dan caña, concertados con sus partidos y líderes o por libre. Ya lo dijo Fraga, España es diferente. Excepción de categoría, dignidad y mesura fue el homenaje, en el XXV aniversario de su asesinato, a Miguel Ángel Blanco y Sotero Mazo. Un acto de ejemplar unidad de las instituciones que contó con las intervenciones valientes y exquisitas del alcalde de Ermua y del rey de España, del lendakari y el presidente del ejecutivo estatal, y de Marimar Blanco, en nombre de las víctimas inocentes del terrorismo.

Esta hubiera sido la mejor referencia e, incluso, inspiración para la recuperada discusión parlamentaria y, también, para un periodo de crisis que, sin renuncias ideológicas o éticas, exige esfuerzos de colaboración de los diferentes, un pacto de honor py de interés general para salir del agujero que nos asfixia y maltrata a todos.

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