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La peor inflación de la historia

Hemos pasado de preocuparnos por las cifras relacionadas con la pandemia del covid a angustiarnos por la escalada de precios. Lo notamos todos a la hora de pagar la compra en el mercado o en el súper, y es lo que los expertos llaman inflación. No nos corresponde a nosotros explicar el origen de lo que estamos sufriendo, pero es evidente que uno de los factores clave es la guerra de Ucrania. Es habitual que cuando hay conflictos la economía empiece a descontrolarse. La historia está llena de ejemplos desde hace, al menos, 250 años.

Billete de 10 millones de pengö de 1946. | | BANCO NACIONAL DE HUNGRÍA

Quienes han estudiado los casos más extremos son los economistas de la Universidad John Hopkins Steve Hanke y Nicholas Krus, en una investigación publicada por el Instituto CATO de Estados Unidos, donde recogen los peores episodios hiperinflacionarios. Según los autores, se puede hablar de hiperinflación cuando el aumento de precios se duplica en menos de un mes. O sea, que aquí habría hiperinflación si la docena de huevos que ahora pagamos a dos euros, al cabo de 30 días nos costara cuatro.

Estos dos expertos han realizado una lista de 56 episodios hiperinflacionarios que abarcan desde finales del siglo XVIII hasta la primera década del XXI. Además, han elaborado una tabla con un método comparativo para poder clasificarlos.

El caso más antiguo se produjo durante el bienio 1795-1796 en Francia. Como consecuencia de los efectos de la Revolución de 1789, la producción agraria bajó y el comercio se ralentizó. En consecuencia, los productos escasearon y esto se tradujo en un aumento de precios. Las autoridades decidieron que arreglarían el problema con la máquina de imprimir billetes. No fue una buena idea, pues la moneda perdió valor y los precios siguieron hinchándose. El resultado fue que cada 15 días se duplicaba el coste de las cosas.

Algo similar sucedió en Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Durante el conflicto, las autoridades imperiales pusieron en circulación mucho papel moneda para hacer frente a los gastos bélicos, pero esto no evitó la derrota. A raíz de la debacle, en 1918 se fundó un nuevo régimen conocido como la República de Weimar, que pese a intentar controlar la economía no conseguía pagar las indemnizaciones impuestas en el Tratado de Versalles por los países vencedores. La situación era cada vez más complicada y Alemania no encontró mejor alternativa que fabricar más billetes. Aquello provocó un caos económico de dimensiones bíblicas que se prolongó durante mucho tiempo.

El peor periodo se enmarcó entre agosto de 1922 y diciembre de 1923. Durante ese año y medio, en la República de Weimar bastaban tres días para que se multiplicara por dos el precio de los productos. Se llegó a cifras tan altas que se imprimieron billetes de billones de marcos, que todavía se encuentran en los mercados de antigüedades de Berlín, donde los venden como suvenir. La solución adoptada para frenar esa espiral hiperinflacionista fue retirar los billetes y poner en circulación una nueva moneda. Sin embargo, Alemania siguió teniendo problemas económicos que empeoraron más a partir del famoso crack bursátil de 1929, que puso patas arriba todo el sistema capitalista.

Sin embargo, las hiperinflaciones también afectaron a los regímenes comunistas. En la misma época en que Alemania tenía problemas, la Unión Soviética experimentó una situación similar con el rublo, entre 1922 y 1924. En su caso, los productos doblaban su coste cada 18 días.

Ahora bien, ninguno de estos episodios logra superar la situación que vivió Hungría terminada la Segunda Guerra Mundial. El país estaba destrozado. Había sido escenario de terribles batallas entre la Alemania nazi y la URSS y, una vez finalizado el conflicto, casi nadie trabajaba la tierra ni había suficientes fábricas en marcha. Para estimular la economía, se puso en circulación más papel moneda, lo que provocó una hiperinflación nunca vista. Hanke y Krus calcularon que los precios se duplicaban cada 15 horas. La opción, como en otros casos, fue el cambio de moneda. Se abandonó el pengö para adoptar el forinto, que aún se utiliza.

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