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Juan Pedro Rivero González

SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero González

Entre diamantes y titanio

Más que oro; más que diamante… Cáritas española cumple setenta y cinco años: aniversario de titanio según algún cómputo tradicional de jubileos. Para otros son las bodas de diamantes. Ambos son minerales y ambos son valiosos, como valioso es el amor a los demás que forma parte de su ADN institucional y que fundamenta todo su modelo de acción social. Setenta y cinco años de estatutos confederales, pero con la certeza de que mucho antes ya existía, sin nombre y sin institucionalización, la Caridad como virtud activa y expresión de la fe y de la esperanza.

Estos días he sentido el privilegio de dedicar un trozo de mi vida a esta institución que, en palabras del Papa Francisco, hace posible que la Iglesia sea un «hospital de campaña» en medio del mundo. Un espacio de cuidado y protección; un solar de itinerarios de inserción social. Formar parte de este hogar de compasión no está hipotecado por unas cuantas personas. Podríamos decir que todos, al salir de las aguas bautismales, salimos revestidos del blanco de la inocencia y del rojo de la caridad. Todos los bautizados somos Cáritas.

Hemos de continuar esta tarea, hoy más necesaria que nunca. Realizarla aquí, entre nosotros, acompañando a quienes sufren en nuestro suelo las consecuencias de la vulneración de sus derechos humanos, pero también allá, más allá de nuestras fronteras, en las que la invisibilidad insolidaria de nuestra autor-referencialidad social nos hace olvidar que somos una única humanidad.

No se trata de un ratito, de unas experiencias de solidaridad puntuales; no. Hace falta cierto nivel de compromiso para responder a la oferta de felicidad y sentido que nos ofrece la posibilidad de introducir en la vida el criterio del amor fraterno.

En estos pasados días, en Madrid, en medio de la Asamblea Anual de Cáritas Española, escuché una frase que aún me late por dentro: «En Cáritas amamos lo que Dios sueña, o en Cáritas soñamos lo que Dios ama». Ambas cosas son la misma cosa. Pero siendo la misma, ambas nos ayudan a saber situarnos con la humildad de quienes se sienten privilegiados de pertenecer a este brazo que acaricia las heridas de tantas personas.

Aún recuerdo el efecto que producía en quienes vieron terminar la película La Ciudad de la Alegría, que narraba la experiencia de un médico en la Calcuta de la Madre Teresa. La pantalla en negro nos permitía leer la frase «Lo que no se da, se pierde». Estos setenta y cinco años deben servirnos para entender la profunda diferencia que existe entre la gramática del tener y conservar, y la conjugación radical del entregar y perder. En aquellas realidades que humanizan de verdad, solo se tiene cuando se entrega; solo se conserva cuando se pierde.

Desde aquellas mujeres de Acción Católica que se organizaron para la entrega de la Ayuda americana en los años de la postguerra, pasando por la entrega de alimentos y ropa ante las necesidades básicas no cubiertas, alcanzando la creación de la Fundación Foessa que, con sus informes despertó en la sociedad la necesidad de crear los Servicios Sociales municipales, pasando por la creación de las Escuelas de Trabajo Social, los centros de acogida, y llegando a desarrollar una mirada de derechos en la atención digna a todas las personas, hay un recorrido que aún no ha terminado.

Porque, aunque desaparecieran los pobres, Cáritas tendría que seguir siendo testigo de la Caridad. Porque somos vulnerables. Y porque siempre habrán heridas que necesitan la ternura y el cuidado.

Desde esta página, elevo una felicitación enorme, a las personas que entregan tiempo y vida en la labor de Cáritas; a todos los agentes, voluntarios o contratados, que van convirtiendo todo el suelo de nuestro país en un trozo del cielo soñado.

Sea de diamantes o de titanio, felicidades por estos setenta y cinco (75) años de Cáritas Española.

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