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Alejandro de Bernardo

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Alejandro de Bernardo

Seis horas para la vida

Dicen las estadísticas que por cada día que vivimos, aumentamos en seis horas nuestra esperanza de vida. No sabía que tanto… pero será. Lo que no dice la estadística es la calidad de todas esas horas extra. Una de las cosas que repite con cierta frecuencia mi madre es que no se quiere morir «porque ahora se vive muy bien». Tiene ochenta y siete años recién cumplidos, aunque siempre se refiere a ella con el «qué quieres hijo, qué vas a esperar de una mujer de noventa». Supongo que quiere mandarse el mensaje de… estoy muy bien para la edad que tengo y de ahí esos tres de propina. Vive sola y a ser posible no quiere dejar su casa mientras «se valga», como dice ella.

Volvamos por un momento a las cifras. En este país nuestro en los últimos cincuenta años, la población de más de 65 se ha multiplicado por tres, y hay cinco veces más personas mayores de 80 años que en la década de los setenta. Actualmente, un español de cada cinco tiene más de 65 años y se calcula que en 2050, casi uno de cada tres.

Las personas mayores –cada uno ponga el umbral donde considere– han preferido alargar la vida dentro de sus casas. Recibir los cuidados de sus familiares –mujeres en su mayoría– a ingresar en una residencia. Eso los que han podido elegir. La realidad muchas veces no deja alternativas. Me aventuro a decir que el mayor rechazo les proviene de la sensación de que entrar en la residencia es perder la libertad. Meterse de lleno en las normas, los horarios, las rutinas inquebrantables, la uniformidad sin uniformes. Incluso perder la poca autonomía que les queda.

Al fin y al cabo… ¿hay algo más importante que la libertad?, ¿la salud?, ¿la vida? ¿Cuánto valen la salud o la vida sin libertad? No están muy claros los puestos de este pódium. O sí. Con matices. Poder decidir sobre lo cotidiano. Sobre esas pequeñas cosas del día a día. Uno que no tolera los viajes organizados precisamente porque huye de que lo manejen… me imagino un día tras otro y otro tras uno, y el siguiente y así hasta el penúltimo porque el último como si te da por escalar el Everest. Da igual.

Poder de decisión. Esa es la clave. Madrugar o seguir otro rato en la cama, almorzar antes o después, hacer siesta o paseo, ver la tele o ponerte a bailar, quedarte charlando con tus amigos o estar solo. Contemplar el paisaje o dibujarlo. Es decir, la libertar de sentirte ser humano. Y esto, todavía hoy, la mayoría de las residencias no lo contemplan.

Hace años hablábamos en el grupo de amigas y amigos de que cuando fuéramos mayores estaría muy bien poder compartir una vivienda entre nosotros. Una residencia con aspiraciones de hogar. No sería pues una residencia al uso, sino una residencia que nos permitiera envejecer con dignidad. Y si no podemos residir con nuestros amigos de toda la vida al menos habrá que cambiar las grandes residencias por centros más pequeños en los que se contemple la privacidad, los espacios individuales… En los que se respeten y consideren las opiniones de los y las mayores. Residencias que sean lugares de vida de verdad, de cuidados de verdad y compañía de verdad. Porque todas y todos lo necesitaremos. Porque solo así valdrá la pena ganar cada día esas seis horas para la vida. Si no… solo serán media docena. Sin más.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es

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