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Juan Pedro Rivero González

SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero González

El sentido común en estado crítico

El jefe del servicio médico ha acudido a la sala de prensa para manifestar a los medios de comunicación presentes cuál es la situación actual del paciente y cómo serán los próximos días. Lleva ingresado una buena temporada y sigue sin responder a las acciones terapéuticas de choque que le han aplicado. «Hemos hecho todo lo que hemos podido; no nos queda más que esperar», fueron sus últimas palabras antes de agradecer la presencia y el interés en nombre de los familiares del paciente.

Permítaseme la invención del relato anterior. Una situación así podría servir para describir el trastorno por escepticismo con que se ha afectado gravemente a la razón de tal manera que, socialmente, podemos considerar que se nos ha enfermado el sentido común. Y por tanto, desgraciadamente, su situación es verdaderamente crítica.

¿Qué queremos decir cuando decimos «sentido común»? No se trata de grandes especulaciones. Porque a esa se las denomina juicio crítico o racionalidad teórica. Nos referimos a ese primer juicio espontáneo que nos surge ante la realidad pensada. Es como la claridad que nos permite distinguir los objetos que están ante nosotros y que reconocemos como capaces de interactuar con nuestra realidad personal. Es la lógica evidente de los primeros principios que se nos imponen sin forzar nuestra voluntad y sin pelear con nuestra inteligencia.

Podríamos definirlo, siguiendo al profesor Livi, como aquello que todos, espontáneamente, saben y piensan respecto a lo que todos poseen en común como personas humanas, tanto en el ámbito del ser como en el del deber ser, y también lo que todos sienten como verdadero, bueno o justo, aunque no sean capaces de justificarlo formalmente. Esa claridad que nos permite ver y reconocer las cosas que vemos. Ese primer pensamiento que nos sitúa en la realidad y que pone la realidad frente a nosotros.

Si no partimos de esa básica postura inicial, cualquier consenso será imposible. Distinguir si la puerta está abierta o está cerrada es básico antes de tomar la decisión de cruzar el dintel de la misma. Son de sentido común tantas decisiones diarias. Casi podríamos decir que los artículos de la declaración universal de los Derechos Humanos son de sentido común. Son principios básicos que nacen de tener los ojos abiertos y el corazón desintoxicado.

Pero se nos ha enfermado. Ya no distinguimos la diferencia entre el reino animal y la comunidad humana; ya nos cuesta reconocer que el concepto derecho es aplicable solo a la persona humana. Ha habido un acoso y derribo ideológico tal, que hemos acribillado entre todos a lo más común de nuestra racionalidad compartida. Vemos un grupo de patos en un charco y somos capaces de discutir sobre si son los que percibimos o percibimos lo que nos gustaría que fuera; si son reales o es el pensamiento sobre los patos lo único real. Y así, entre dimes y diretes, perdemos en vínculo con la realidad.

Y si en lugar de patos fueran personas. Todo es más sencillo que el producto de la ingeniería social que hace que la realidad dependa más de nuestros deseos que de nuestra capacidad de adherirnos a la verdad. Y un pato es un pato. Lo diga quien lo diga, tiene razón: es un pato.

Decir la verdad es bueno. Ayudar a otra persona es bueno. Hacerle lo que nos gustaría que nos hicieran es bueno. Cuidar es bueno. No hace falta investigaciones de campo para acoger estas verdades. Son de sentido común. Aunque va llegando la hora de dale la razón a quien señalo que acabará siendo en menos común de los sentidos.

¿Cómo podríamos ayudar al enfermo? A mi juicio, lo primero es reconocer la gravedad de la enfermedad y reconocer que el contagio es pandémico. Y que el antídoto es la apertura leal y serena de los ojos y la mente a la realidad. Ella está ahí, y su presencia es capaz de ser percibida por mí, que estoy aquí. No somos ideales, somos reales.

Mientras alguien quiera conocer la verdad que está delante de sus ojos hay esperanza.

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