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MI REFLEXIÓN DEL DOMINGO

Un camino hacia Jerusalén

La segunda parte del Evangelio de San Lucas que comenzamos hoy está estructurada como un camino hacia Jerusalén. El libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito también por San Lucas, se estructura al revés: de Jerusalén, a toda Judea, a Samaría y hasta los confines de la tierra como había dicho el Señor (Hch 1, 8).

Domingo tras domingo, iremos contemplando los «hechos y dichos» de Jesús en medio de este caminar hacia la ciudad santa. ¡Y el seguimiento de Cristo se va planteando en este contexto!

Nosotros no conocemos con exactitud la naturaleza de las exigencias concretas de Cristo que contemplamos en el Evangelio de hoy. Algunos dicen, por ejemplo, que «enterrar al padre» puede significar cuidarle hasta que muera para seguir después al Señor. No lo sabemos.

Pero ¿a qué va Jesucristo a Jerusalén?

San Lucas nos lo indica cuando dice: «Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de caminar a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él».

Lo cierto es que acaba de anunciarles a los discípulos, por segunda vez, su muerte y resurrección (Lc 9, 44). Por tanto, desde ahora, el camino de Jesús a Jerusalén va en la dirección de su pasión y su gloria que culminará en la Ascensión.

En este contexto, el discípulo tiene que comprender que no puede ser superior al Maestro y es lógico que este se presente particularmente exigente.

De esta manera, se quiere subrayar que el Reino de Dios está por encima de todo, también de los deberes familiares y personales.

Además estas exigencias están situadas en medio de ese caminar hacia la ciudad santa, y, por tanto, se necesita una respuesta rápida y radical.

Pero usar la fuerza, la violencia y la venganza aunque sean del cielo, como quieren los hijos de Zebedeo, no entra en los planes de Dios. Por eso Jesús les regaña y se marchan a otra aldea.

Según lo que venimos diciendo nosotros tenemos que seguir a Jesucristo con la libertad recta y madura que nos enseña Pablo en la segunda lectura, y en la que nos anima a un seguimiento valiente de Cristo viviendo según el Espíritu y renunciando a los deseos y a las obras de la carne.

En otro contexto se sitúa la lectura del libro de los Reyes, que escuchamos en primer lugar: Elías llama a Eliseo a un seguimiento radical pero le da ocasión de despedirse de su familia y resolver sus asuntos más urgentes antes de seguirle. Se trata de circunstancias distintas a las del Evangelio y con un planteamiento diferente.

A nosotros puede sorprendernos todo esto porque no estamos acostumbrados a poner a Jesucristo y a su Reino en el lugar que le corresponde. Si somos sinceros, cuántas veces lo dejamos para el último lugar: Primero yo, mi familia, mis cosas y mis intereses; después, Cristo y su Reino. ¡Así, muchas veces, pretendemos dar a Dios las sobras como hacemos con el perro de casa!

¡Pero esto es inaceptable; y Jesucristo nos lo recuerda en este texto con mucho vigor!

También debemos retener aquellas palabras del Señor: «El que echa la mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios».

Jesús habla, por tanto, de su seguimiento con toda claridad, para que no haya engaños. Por eso, cuando le dice aquel hombre: «Te seguiré adonde vayas», Jesús le advierte: «Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

Termino deseándoles todo lo mejor en este largo camino hacia Jerusalén que constituye, este año, la Liturgia de cada domingo en la segunda parte del Tiempo Ordinario.

Ojalá que, a cada paso, podamos ir repitiéndole al Señor la expresión de aquel que le dice: «Te seguiré adonde vayas».

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