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José Luis Villacañas

La ley de la superioridad moral

Tras las elecciones andaluzas, ya hemos leído que el proyecto Yolanda Díaz ha fracasado. Los mensajes emergen convergentes, como brotando de una orden. Tenía entendido que Podemos formaba parte del proyecto Díaz, que estaba dentro de la candidatura Por Andalucía. Suponía que llegar tarde a la inscripción electoral no fue un acto de mala fe, ni una señal de integrarse a disgusto en la plataforma. De ello se derivaba que todos serían responsables del éxito o fracaso de Nieto. Pues no. La culpa es de Yolanda Díaz.

Santiago Alba decía el domingo, en un artículo memorable, que la abstención está transformando nuestra democracia en censitaria. Lo hace porque, como en el siglo XIX, los desfavorecidos se quedan fuera de las prácticas democráticas. El análisis de los comicios andaluces confirma que el voto ha crecido en los barrios ricos y la abstención en los humildes. Pero estos hechos permiten otra lectura. Desde un punto de vista objetivo, Alba lo describe bien. Desde el punto de vista de la agencia humana, hay espacio para la pregunta: ¿contribuye a ese abstencionismo una falta de confianza en los políticos de la izquierda? En Colombia hemos visto la participación más alta de los últimos cincuenta años. El miedo a un candidato violento se ha sumado a la esperanza de Petro y de Francia Márquez. El resultado, una movilización desconocida y una victoria esperanzadora.

¿Cómo mantener la confianza en políticos que impulsaron un proceso dramáticamente pospuesto por la desconfianza, la reserva, la desgana? ¿Cómo entusiasmar con una opción respecto de la cual miembros de uno de los partidos firmantes dan señales públicas de que no tienen interés en que triunfe, que dejan traslucir de forma sutil que su principal aspiración es demostrar que tendrían razón, generando así una autocumplida historia profética de fracaso? Los que proponen este tipo de mensajes y de análisis no quieren hacerse la pregunta decisiva: ¿Qué habría pasado si el secretario general de Podemos se hubiera presentado solo en Andalucía?

No quiero sugerir que Podemos haya medido su conducta con las coartadas suficientes para mostrar que ha defendido la unidad, que se ha sacrificado por ella, para construir ahora el argumento de que unidad sí, pero bajo su dirección. Tampoco digo que haya actuado así para no quedar identificado como el responsable del desastre, ni para poner a Yolanda Díaz en un aprieto. No afirmo que su principal interés fuera ocultar su actual grado de apoyo electoral. Y no digo que los mensajes de sus seguidores representen el sentir de la dirección. Lo que más me interesa es reflexionar sobre esta pregunta: ¿El curso de actuación seguido en Andalucía podía aspirar a generar la necesaria confianza? ¿Alguien puede creer que no ha sido observado? La gente puede entender poco de sutilezas, pero la atmósfera se capta. Y sin confianza, ¿puede demandarse que la gente se entusiasme y vaya a votar?

Obviamente, cuanto menos éxito electoral se prevea alcanzar, más duro será el desencuentro entre los grupos. Eso es natural. Pero lo peor reside en otro aspecto. No cabe duda de que esos mensajes que culpabilizan del fracaso en Andalucía a los defensores del proyecto Díaz brotan desde una mentalidad instalada, por cierto cómodamente, en la superioridad moral. Pero este es el más estéril de los sentimientos políticos. Tanto es así, que se podría establecer una ley: cuanta más superioridad moral, más impotencia política. Esta condición no solo afecta a los líderes. Afecta también a los votantes. En el moralmente superior alienta una urgente e imperiosa necesidad de llevar razón. Prefiere que el mundo siga igual de mal antes que abandonar su conciencia perfecta de que él sigue igual de bien que siempre, teniendo razón.

Por supuesto, cuando la superioridad moral se proyecta a lo público, se abandona el trivial consuelo de la autoestima y uno se adentra en el terreno del dogmatismo. Como todo dogmatismo, la superioridad moral se sostiene sobre valores absolutos. Y quien está sostenido por ellos, no puede ceder en procesos asociativos o negociadores productores de impurezas. Por eso, quienes en la izquierda promueven esa forma de psiquismo no pueden acceder a una cultura federativa. Esto vale también para Teresa Rodríguez, si bien respecto de ella hay que decir que el intento de silenciarla fue completamente vergonzoso.

El inconveniente mayor de esta carencia de cultura federativa reside en que no funda tradición. Cada acto federativo implica un gasto ingente de energía, como si fuera la primera vez. A cada ocasión hay que comenzar por aprender. Bajo estas condiciones es difícil que la federación tenga buenos resultados, lo que no promueve incentivos para repetirla. El efecto de esta forma de conducta en el electorado es letal. Mira hacia otro lado con indiferencia, tampoco exenta de su propia superioridad moral. Estas actitudes conforman un régimen de entusiasmo que solo se activa cuando esas enojosas negociaciones quedan canceladas por una personalidad fuerte.

Entonces confianza y entusiasmo se unen, ignorando que son dos cosas completamente diferentes. Que tengan que darse unidas es un obstáculo a la cultura política de nuestra izquierda. En todo caso, bloquean la cultura del pacto. Sin entusiasmo, los votantes de izquierda regresan a la indiferencia. Como todos los instalados en la superioridad moral, venden cara la confianza. Su sensación preferida es gozar con sus propias percepciones. Si un líder no les ofrece ese gozo, pasan a gozar de la decepción. Pero siempre con razón.

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