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con la historia

Petardos ‘made in China’

Hoy es de esas fiestas que hay gente que si pudiera se la ahorraría, mientras que otras la tienen marcada en el calendario y la esperan con impaciencia. De hecho ya hace días que se oyen petardos en todas partes (sobre todo en Girona, pero eso es por otro tema), ahora bien, nada comparable con lo que pasará cuando al anochecer empiecen las verbenas. Entonces será el momento de la furia pirotécnica desatada: detonaciones y cohetes por todas partes sin parar hasta bien entrada la madrugada.

En el Mediterráneo tenemos una pasión ancestral por todo lo que tiene que ver con el fuego y, evidentemente, si se trata de dar la bienvenida al verano, aún más. Sin embargo, esto no es patrimonio exclusivo de los países bañados por este pequeño mar. En China nos sacan ventaja.

Todo el mundo sabe, sin ser ni conscientes de cómo lo hemos aprendido, que fue allí donde se inventó la pólvora. Ahora bien, los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo de cómo fue posible porque las fuentes que nos han llegado son escasas y parciales. Algunos estudios apuntan a un alquimista llamado Wei Boyang, que habría vivido en el siglo II. En cambio, otros dudan que fuera cosa de un solo hombre. Sea como fuere, poco a poco, a partir de aquella época se sabe que se fueron haciendo pruebas para combinar salitre, azufre y carbón para elaborar lo que nosotros llamamos pólvora y que en chino se llama Huo Yao, que traducido literalmente, sería medicina del fuego porque se descubrió en el proceso de búsqueda de fármacos que ayudaran a alargar la vida, que era la gran obsesión de los alquimistas chinos.

Año nuevo

De entrada, lo que más valoraron de ese nuevo producto fue su capacidad de detonación. Por eso lo incorporaron a las tradiciones para celebrar la llegada del nuevo año. El primer día del año había que asustar el espíritu de las montañas y la única forma de conseguirlo era con ruido. Antes del descubrimiento de la pólvora, se quemaban cañas de bambú en una hoguera porque las llamas las hacían crepitar de tal modo que parecían pequeñas explosiones. Alrededor del siglo XI ya se dieron cuenta de que con la pólvora harían más estruendo. Aquello fue el primer paso para la aparición de los petardos, que enseguida hicieron las delicias de los más jóvenes y competían en ver quién tiraba los más potentes. Se fabricaban de forma artesanal y se les daba forma de frutas o de figuritas. Además, podían ir unidos por una mecha conjunta de forma similar a las tracas actuales.

Paralelamente también se desarrollaron los fuegos artificiales para entretener al emperador y su corte. Cabe decir que antes ya se hacían espectáculos con luces y llamas, pero con el dominio de la nueva substancia pudieron ser más espectaculares. Todo esto lo sabemos gracias a poemas de la época y a fragmentos de las crónicas de esas celebraciones.

Alrededor de los siglos XII y XIII se vio que la pólvora también podía tener aplicación a nivel militar, no solo por su capacidad explosiva sino también por la propulsora. Con una detonación se podía desplazar un proyectil mucho más lejos que con un arco o una ballesta. Algunas hipótesis defienden que la expansión de los mongoles desde Asia hacia Europa fue tan exitosa porque ellos conocían esta tecnología que los pueblos del Viejo Continente nunca habían visto. De hecho, esto habría supuesto la entrada de las armas de fuego en Occidente.

En cambio, hay otra teoría que sostiene que la llegada de la pólvora se habría hecho a través de la Ruta de la Seda, que es el mismo camino que siguió el papel, otro de los grandes inventos chinos. Y de la misma forma también se habrían beneficiado de ello los árabes. De hecho, en los textos medievales escritos en su lengua se refieren a los fuegos de artificio como «flores chinas» ya la pólvora como «nieve china» (Thalj Al-sin).

En Europa el primero en dejar constancia escrita de este invento fue el filósofo franciscano inglés Roger Bacon, en 1267, en el libro Opus Maius, donde describe los petardos como un juguete muy ruidoso que te asusta si estás desprevenido cuando estalla. Parece como si este hombre hubiera estado en una verbena de San Juan.

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