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Dorothy y la semana de cuatro días

Me quedé atrapada en la historia de dos mujeres inglesas que forman parte de un programa piloto en el Reino Unido para llevar la nueva jornada laboral de cuatro días a sus vidas. Una, Kirsty, lleva un pequeño restaurante y ya empezó a trabajar con este plan piloto, hace tres meses, y la plantilla se reparte la jornada de manera que trabajan dos días sí y dos no de manera sucesiva. La otra, Jo, trabaja en una empresa de publicidad, y de momento la mitad de la plantilla ha ajustado su jornada de manera que los miércoles y la tarde del viernes no trabajan, cuenta en la revista Cosmopolitan. Por un momento una se siente como la Dorothy de El mago de Oz buscando las losetas amarillas que indican el camino bueno para llegar, quizá, a ese nirvana que es la conciliación.

La campaña para reducir a cuatro días la semana laboral se multiplica por el mundo, y las pruebas en empresas grandes, sobre todo, se ponen en práctica mientras los legisladores buscan ya la fórmula para aterrizar la medida en la vida real de cada país. Antes del verano sabremos más, por ejemplo, del desarrollo en España: el Gobierno ya ha sacado a consulta pública un proyecto que prevé 10 millones de euros para financiar el test en unas 150 empresas, y que cierra el plazo de ofertas este 30 de junio. Eso será una verdadera pista de despegue del plan.

El debate sobre la reducción de la jornada laboral, en todo caso, es uno de los que más patente hace nuestra vida contradictoria y el camino a seguir si queremos considerarnos una sociedad avanzada. Porque ¿qué es avanzar? Trabajar menos para trabajar mejor es lo que promete este plan que reduce las semanas laborales a cuatro días, dejando tres para el descanso, el cuidado personal y de la familia, la salud. ¿Cuidaremos mejor nuestra dieta? ¿Haremos más ejercicio? ¿Tendremos relaciones más frecuentes con los amigos?

Llevamos décadas con ese mantra infiltrándose en nuestras vidas, las mismas en que las compras por internet, el Zoom y la vida tecnológica parece correr en sentido contrario. Desde un móvil puedes simplificar trámites que ahorran tiempo para que no necesites, en teoría, ese quinto día de la semana libre, ¿no?

Paso a paso, no siempre hacia adelante, vamos en el fondo pavimentando ese camino mágico por el que transitar hacia el final feliz, pero no está de más echar la vista atrás para ver que rozamos prácticamente los cien años con la semana de cinco días establecida, y que fue Henry Ford, el del gigante automovilístico, el que instauró por primera vez su plan piloto de 40 horas semanales en sus fábricas en 1926 para mejorar la productividad.

De la trampa de las horas que significan una jornada laboral, cómo se registran las horas extras y qué significa no trabajar en los días libres en estos tiempos pospandémicos, reino del teletrabajo, hablamos otro día. Pero sí podemos enlazar el debate de la semana laboral de cuatro días con el del retiro, con la sostenibilidad de nuestro sistema. De cómo hay empleos públicos que permiten el acceso a prejubilaciones encubiertas con 60 años, por ejemplo, sin que avale la medida una justificación, como razonaba Ismael Peña-López, director de l’Escola d’Administració Pública de Catalunya, a raíz del escándalo de las licencias de edad del Parlament . «La jubilación anticipada a los 60, con la integridad de la pensión y en un trabajo sin riesgo ni desgaste físico, no tiene ninguna justificación y crea agravios entre servidores públicos en particular y entre trabajadores en general», resumía.

Reorganizar la carga de trabajo y redistribuir el tiempo es uno de los grandes retos que afrontamos, y ese camino mágico que perseguimos va a tener que salvar numerosas contradicciones, porque no son losetas amarillas todo lo que reluce.

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