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con la historia

‘From Columbia to Colombia’

Acaba de celebrarse la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, en un momento crucial para el futuro de un país que sigue teniendo muchos retos a superar. Para nosotros, y para todo el mundo, Colombia es el nombre que identificamos con el territorio que limita con Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá.

Francisco de Miranda, retratado durante su etapa en Francia.

Es fácil adivinar que su nombre es un homenaje al navegante Cristóbal Colón; actualmente una de las figuras más incómodas de la historia pero que hasta hace poco había sido un referente. Buena prueba de ello es que muchos sitios distintos de América intentaron apropiárselo.

Uno de los primeros lugares donde ocurrió esto fue en las colonias de la costa este de Norteamérica durante su proceso de independencia del Reino Unido. A medida que esos territorios adquirieron conciencia de ser una entidad política con personalidad propia, buscaron referentes simbólicos para representar sus aspiraciones a través del arte y la literatura.

Alegoría femenina

Como esto ocurría en un momento en que estaba de moda el neoclasicismo, que se inspiraba en Grecia y Roma, en Norteamérica inventaron un referente inspirado en las divinidades de las culturas clásicas. Así nació Columbia, una figura alegórica femenina que empezó a aparecer en textos patrióticos. Por ejemplo, en 1764 en Boston Gazette, se publicaron tres poemas donde se mencionaba esta Columbia, que después también fue habitual en artículos, canciones, discursos políticos...

A la hora de dar cuerpo a esta especie de adaptación de las diosas grecorromanas, iconográficamente era una mezcla de Minerva y la Libertad, y se utilizaba en cuadros y caricaturas de la prensa cuando se quería representar a los Estados Unidos recién estrenados. De hecho, durante la Guerra de la Independencia hubo dos buques de la armada separatista americana que fueron bautizados con este nombre, que también sirvió para nombrar distritos locales, algunos de los cuales, por cierto, todavía perduran. A partir de 1815 y hasta alrededor de 1860, Columbia fue cediendo protagonismo a la Libertad, que se erigió como uno de los valores fundacionales del nuevo país (seguramente a nuestros lectores enseguida les venga a la cabeza la famosa estatua que existe en Nueva York).

Mientras tanto, en Sudamérica, Columbia se convirtió en Colombia por iniciativa de un revolucionario venezolano llamado Francisco de Miranda. Este fascinante personaje se implicó en las grandes luchas de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Luchó junto a las tropas de George Washington para defender la libertad de las colonias británicas; después cruzó el Atlántico para apoyar a los revolucionarios franceses de 1789 y, finalmente, fue uno de los primeros promotores de la independencia de los territorios que España tenía en América.

Fue a la hora de teorizar sobre las nuevas entidades políticas que debían surgir de la emancipación que Francisco de Miranda propuso utilizar el término Colombia inspirándose en lo que había visto en EEUU e, incluso, también aspiraba a que la capital del nuevo país se llamara Colombo.

El primer intento de poner en práctica los planteamientos de Miranda fueron en Gran Colombia. El proceso comenzó en 1819 y duró hasta 1831. Era una especie de supraestado integrado por los territorios de las actuales Venezuela, Panamá, Ecuador y Colombia. El proyecto nunca tuvo estabilidad suficiente y terminó por deshacerse. Después de varios cambios en la zona, en 1863, se creó un nuevo país bautizado como Estados Unidos de Colombia. Estaban regidos por una Constitución de tipo federal inspirada en la que se había redactado en Norteamérica para fundar EEUU. Aquella etapa solo duró 23 años, que estuvieron marcados por más tensiones, así como disputas entre liberales y conservadores, que fueron los que se acabaron venciendo. Como resultado de ese enfrentamiento político, en 1886 se elaboró una nueva Carta Magna donde el país pasaba a llamarse República de Colombia y abandonaba el federalismo para abrazar el centralismo. Ahora bien, por más cambios políticos que hubiera, a nadie ya se le ocurrió cambiar el nombre del país nunca más.

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