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caleidoscopio

Cultura y espectáculo

Terminó la Feria del Libro de Madrid, la primera en celebrarse con normalidad tras su suspensión obligada por la pandemia de covid, y lo hizo como siempre: con el análisis por parte de sus organizadores de las cifras de ventas y de asistencia de público y con la reedición de la ya eterna discusión sobre si no se está trivializando en exceso el libro y la escritura con la presencia en la Feria, junto con los escritores «de verdad», de youtubers, influencers, políticos y famosos (en sustantivo, puesto que hay también escritores famosos como adjetivo).

La discusión viene ya de lejos, pero cada vez se acentúa más, pues los espontáneos en la escritura y en la Feria cada vez son más, tanto que ya triplican o cuatriplican a los auténticos escritores. El problema es dónde poner la raya entre unos y otros y, más allá de ello, convencer a editoriales y a libreros, incluso a los que se quejan en privado del escándalo que supone ver a Miguel Bosé y a otros como él encabezar el ranking de firmas, de que renuncien a los beneficios que la presencia de estos les reportan, más allá de la publicidad que supone para la Feria.

Antiguamente, en los periódicos había una sección que se denominaba Cultura y Espectáculos en la que se recogía todo lo referente a estos dos aspectos de la vida, pero diferenciada según los dos títulos: en Cultura se hablaba de libros, teatro, pintura, música, etc., y en Espectáculos de todo lo demás: teatro de variedades, musicales, circo, toros…

Ahora ya no. Ahora bajo el rótulo de Cultura se agrupa todo, da igual que sea el Festival de Eurovisión que una entrevista con un filósofo o la reseña de la última corrida de toros en La Maestranza. Así que a nadie le puede extrañar que en la Feria del Libro de Madrid o en Sant Jordi, en Barcelona, firmen junto al último Premio Nobel de Literatura presentadores de televisión y tiktokers, políticos en ejercicio o cantantes de grupos de moda.

Es la sociedad de hoy, la sociedad que hemos venido creando desde hace tiempo, esa en la que el espectáculo lo determina todo, tanto la cultura como la política como cualquier otro aspecto de la vida pública.

Guy Débord, el filósofo situacionista francés, la analizó ya en 1967 (La societé du spectacle) anticipando lo que se nos venía encima: «Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación (…) La declinación de ser en tener y de tener en simplemente parecer [ha producido] una relación social entre la gente que es mediada por imágenes».

Para Débord, la vida social auténtica ha sido sustituida por el espectáculo y la identificación con él ha suplantado a la actividad genuina.

Así pues, tratar de deslindar ahora, no solo en las ferias del Libro sino en cualquier otro acontecimiento o en la vida cotidiana simplemente, qué es cultura y qué no es ya misión imposible por mucho que se empeñe alguno.

El deseo (loable) de muchos escritores y libreros de devolverle al libro y al ejercicio de la escritura su dignidad chocará contra los intereses económicos de todos los sectores implicados en la industria editorial y, sobre todo, con los de una sociedad que mayoritariamente prefiere el espectáculo a la cultura, a la política y hasta a la justicia.

Como señaló Débord, el espectáculo es la imagen invertida de la sociedad, así que yo seguiré acogiéndome a sus palabras, aquellas que recogí como cita en un libro hace 25 años, ahora con mayor razón: «La desdicha de los tiempos me obligará a escribir de forma novedosa una vez más».

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