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Francisco Pomares

La demografía que viene

Hace tiempo que la demografía española pinchó y se desinfló como un globo. Cada vez nacen menos niños, y cada vez mueren más personas. A alguien debiera preocuparle que esa situación sea ya una tendencia, pero ese alguien probablemente esté demasiado ocupado trabajando por la resiliencia ante el uso poco extendido del lenguaje inclusivo, discutiendo la importancia del aprendizaje de la psicoafectividad en la enseñanza de las matemáticas, o enfrentándose al problema de la posible extinción de las colonias de alga colorada, imprescindibles para el desarrollo de la pulga de agua en los salobrales. O cualquiera otras cuestiones gravemente preocupantes y dramáticas. Además, mientras la población cae, nuestros políticos andan empeñados en hacer cada vez más difícil y arriesgado que personas de otras latitudes y otras culturas puedan ganarse la vida en los trabajos que los españoles ya no queremos hacer. Suena contradictorio, y si suena así es porque es muy contradictorio. Pero a nadie parece preocuparle.

Canarias, que hasta hace no tanto era una región bendecida por una natalidad expansiva, no está hoy mejor que el resto de las regiones españolas: según el informe de Indicadores Demográficos Básicos que publicó el INE con carácter provisional este pasado miércoles, estamos levemente peor que la media nacional. Canarias registró en 2021 un descenso en el número de nacimientos del 3,6 por ciento. El total de nacimientos que se produjeron en 2021 en las islas fue de 12.703, frente a 13.178 en 2020; 14.137 en 2019; 14.775 en 2018; 15.779 en 2017; y 16.159 en 2016. Una caída recurrente en los últimos tiempos, que nos aleja de las cifras de nacimientos que eran consideradas normales hasta 2010, alrededor de veinte mil nuevos nacimientos al año.

Lo peor es que mientras desciende la natalidad, aumentan los decesos, como consecuencia del envejecimiento de la población y –estos últimos dos años– por el efecto dañino del Covid: Canarias registró un aumento del 4,2 por ciento de sus defunciones en 2021, la segunda mayor subida de muertes de toda España, superada solo por Ceuta, donde la pandemia hizo estragos. 17.718 defunciones en 2021, frente a las 16.486 del año precedente, el primer año de la pandemia. Y 15.756 en 2019; 16.310 en 2018; 15.254 en 2017; 15.035 en 2016 y 15.110 en 2015. En el año 2000, Canarias se situaba en las 12.000 defunciones, dos décadas después, las muertes han aumentado en un tercio. Con menos nacimientos y más defunciones cada año, el problema es la tendencia a una creciente reducción de personas residentes en Canarias naturales de las islas. Se trata de una tendencia apenas esbozada en la agenda política, pero absolutamente real, que de mantenerse podría llegar a provocar fenómenos de vaciamiento en islas menores, y en pueblos de las medianías agrícolas de Tenerife y Gran Canaria. No es una broma para una región de 2.200.000 ciudadanos que, a pesar de la gente que viene de fuera, tengamos 4.500 habitantes menos al año. Si no fuera por la pujanza de la emigración, atraída por los puestos de trabajo que los canarios prefieren no ocupar, en los próximos cincuenta años la población de Canarias podría llegar a ser la mitad de la que es ahora. Es poco probable que tal cosa ocurra, pero lo que sí parece más que posible es que la demografía de las islas se sostenga gracias a la llegada de inmigrantes (comunitarios, sudamericanos y africanos) muy por debajo de la media de edad de los isleños, que tendrán hijos con más frecuencia que los canarios y –por ser jóvenes– fallecerán en un porcentaje menor.

Eso implica transformaciones y cambios culturales, sociales y económicos, en el tiempo de una generación. Cambios importantes, que marchan en la misma dirección en la que se están produciendo en la mayor parte de las sociedades occidentales: el de la hibridación creciente de las sociedades –un fenómeno que aporta elementos positivos–, y la pérdida de identidad y retroceso de lo tradicional, que probablemente sea la constante de este mundo nuevo. La cuestión es si esa transición inevitable a una sociedad distinta a la de hoy la realizaremos sin graves conflictos ni traumas, integrando culturalmente a los que llegan, y abriéndonos al empuje de nuevas tendencias y actitudes. Es difícil saberlo. Y aún más difícil prepararse para los cambios inevitables, si seguimos entretenidos con preocupaciones o debates que incluso a nosotros nos resultan a veces completamente incomprensibles, cuando no idiotas.

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