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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

El cuento de nunca acabar

De cuando en cuando, y cada vez con menos pausas, nos sacude un acre siroco que molesta al sur del país y los paisanos y, de modo especial, a Canarias y a los canarios. Nos recuerda con su bochorno y polvo en suspensión los hándicaps climáticos de nuestra ubicación geográfica y los enfrentamos como Dios nos da a entender. Pero, para nuestro pesar, cargamos también con otras plagas periódicas que tienen que ver con las tortuosas relaciones de los países del Magreb –Mauritania, Túnez, Libia, Argelia y Marruecos– y, sobre todo, los dos últimos, enfrentados a sangre y fuego desde el otoño de 1963, en la llamada Guerra de los Sables, cuando se declaró la enconada rivalidad en la región.

Desde agosto de 2021, a cuenta de un escandaloso caso de espionaje y como respuesta al reconocimiento del estado de Israel, Argel rompió sus relaciones diplomáticas con Rabat y, desde entonces, los vecinos enemigos no dejan de enseñarse los dientes. Con el ejército argelino situado en el tercer lugar del ranking continental y el marroquí en quinta posición, los gallos norteafricanos, declarados enemigos irreconciliables, no se atreven a entrar en guerra directa, tal vez por la influencia prudente o coercitiva de sus respectivos aliados –Rusia y Estados Unidos– pero, sin descanso, mantienen y avivan uno de los puntos calientes más peligrosos de planeta.

Marruecos nuclea sus apoyos occidentales a partir de sus sólidos acuerdos militares con Washington, mantenidos sin fisuras por demócratas y republicanos, y por sus largas y buenas relaciones con la Unión Europea, favorecidas con el acceso al trono de Mohammed VI. Argelia, que no condenó la invasión de Ucrania, nuclea sus apoyos principales en torno a la situación del Sahara y la autodeterminación del territorio que, casi medio siglo después, es una resolución incumplida, un mero papel mojado de Naciones Unidas.

El saco de boxeo más recurrente para el sordo combate de los vecinos es España, el país y las administraciones de uno u otro signo; el pretexto, cualquier pronunciamiento o acción que no guste o convenga a una de las partes. Es difícil, tal vez imposible, adoptar comportamientos coherentes ante una chapuza histórica como el precipitado abandono del Sahara Occidental, con Franco en el lecho de muerte y el folclórico Solís Ruiz negociando con el astuto Hassan II. Desde el chantaje de la Marcha Verde y la dejación de sus responsabilidades como potencia administradora, la dictadura transmitió un legado maldito que no han podido, sabido o querido resolver los ejecutivos socialistas y conservadores de la monarquía constitucional.

En la efeméride de cartón piedra y trampantojo de la toma y reconquista de Perejil (julio de 2002) con el mariscal Trillo dando el parte triunfal; y en el almanaque más próximo, los saltos continuados a las vallas fronterizas; la atención hospitalaria al líder del Frente Polisario y presidente de la RASD, Brahim Ghail; la escandalera por un acto humanitario y las humillantes excusas por ser solidarios; la tensa relación a través de terceros países; el giro copernicano de la posición española aceptando, como los principales países de la UE, la fórmula marroquí frente a la autodeterminación, e invocando, a cambio, el respeto alauita a la soberanía de las plazas españolas y, claro está, de las Islas Canarias; la pregonada distensión diplomática… y, ahora, la irritada reacción argelina, con suspensión de relaciones y veladas amenazas de extender la ruptura a los negocios por el cambio de posición española, cuando la Guerra del Gas, les da posición de fuerza en el panorama internacional. Las advertencias de Bruselas que, al fín entró en harina en su tenso flanco sur, surtieron efecto cuando advirtió que la sanción a un estado miembro alcanzaba a toda la organización. Enseguida, y aunque con censuras formales, el gobierno argelino confirmó lo que, desde la hora cero, declaró el ministro Albares, que los acuerdos se cumplirían y que el suministro de gas estaba garantizado; igual queda el palo del precio, en las revisiones contractuales o tampoco. ¿Quién lo sabe?

Nada es inocente en este retablo bufo y trágico que no cabe en una sola columna y que volverá, seguramente, con datos y gestos, con razones ciertas de parte y parte, con intereses lógicos o pretensiones interesadas de cada cual, mientras el asunto mollar – la situación de un pueblo sin suelo ni vida propia después de cuarenta y siete años y la urgencia de garantizar la convivencia de distintos modelos en una encrucijada fundamental del mundo – estén sometidos a los albures de totalitarios y dogmáticos, a las tímidas y parciales sugerencias de las superpotencias y las organizaciones internacionales que –¡viva la globalización!– anteponen los intereses económicos al universal derecho de la paz.

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