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Francisco Pomares

Sillones nuevos para Sus Señorías

Igual que le ocurre a la oratoria parlamentaria, el mobiliario de la Cámara regional se gasta con el uso. Eso no debería ser necesariamente motivo de escándalo, ni siquiera el hecho de que sean los sillones de Sus Señorías el primer mobiliario que se ha deteriorado. A fin de cuentas, los diputados ejercen la mayor parte de su trabajo sentados, aunque solo usen sus escaños cuatro o cinco días al mes. Con esa ocupación de tan solo unos días al mes, los sillones actuales, que fueron instalados cuando se hizo la gran reforma del Salón de plenos, en la segunda legislatura, han sobrevivido algo más de treinta años, prestando a la región el extraordinario servicio de mantener a los diputados bien cómodos. Es sabido que la inmensa mayoría de Sus Señorías prácticamente no intervienen en los plenos, dejando ese trabajo de lucimiento (o lucimiento escaso, según se trate) a los presidentes y portavoces de los grupos parlamentarios. En los plenos, los diputados se limitan a votar, y por eso, en argot parlamentario, se les califica sabiamente como culiparlantes. El calificativo no es una maldad de periodista: se trata de una terminología que arranca con el inicio mismo del parlamentarismo español, durante las Cortes de Cádiz de 1812. Los gaditanos, gente resalada, decidieron calificar como culiparlantes a los diputados que no intervenían en los debates. Que ya entonces eran la mayoría, porque lo de que hablen más los que de verdad mandan viene de bien lejos.

El término se impuso rápidamente, y hoy se sigue considerando culiparlantes a las Señorías que no intervienen, aunque hay que reconocer que no siempre es culpa de ellos, muchas veces es la consecuencia inevitable de un reglamento que privilegia al portavoz, e impide que los diputados tengan demasiadas opciones para levantar el trasero del escaño y enardecer a la región. Es por eso que muchas de Sus Señorías se escaquean con frecuencia, como puede comprobarse en las retransmisiones de los plenos por la tele del Parlamento, que no es solo esa que maneja Francisco Moreno, sino otra en circuito cerrado que retransmite todos los plenos y comisiones. Cuando llega la tarde, y a la hora de la siesta, los miembros del Gobierno que no tienen que intervenir salen pitando, y una parte de los próceres culiparlantes los imitan como si no hubiera un mañana en el que sestear. Aun así, siempre hay gente que aguanta, y aunque el uso del Salón sea escaso –esos cuatro o cinco días al mes, diez meses al año–, el de los sillones es más intensivo. Las butacas del Parlamento son de maderas nobles y cuero, con repujados en oro, y han resistido bastante bien, la mayor parte de ellos han soportado –a lo largo de los años y con recia entereza– el peso de más de media docena de traseros distintos.

Coincidiendo con los fastos del 40 aniversario de la Cámara canaria, a alguien se le debió ocurrir que había llegado el momento de cambiarlos y se preparó una licitación para comprar 85 sillones para el Salón de Plenos, valorando cada sillón en 2.000 euros, aunque al final la cosa se ha quedado en 1.238 por trasero, 105.230 euros en total, impuestos aparte. Sospecho que gastarse esa pasta en mimar los retambufas señoriales va a provocar probablemente más cabreo que cachondeo, y eso que la descripción planteada por el redactor de la licitación para elegir el sillón perfecto, digno para hospedar los cuartos traseros de la clase política regional, da para echar unas risas: la plica para el suministro de sillones establece que se optará por la mejor relación entre calidad y precio, y que la calidad se determinará en función del confort y usabilidad de las poltronas, en base a quince características, otorgando 25 puntos a la oferta que consiga un mejor resultado en cada una de las características, definiendo con ello que el butacón elegido es «muy cómodo». Si no supera los 16 puntos, no alcanzará siquiera la categoría de «cómodo», siendo por tanto indignos esos sillones para ser hollados por las nalgas de los padres de la patria. Pero no solo de comodidad viven los traseros gentiles. Por eso, la plica exige que los remates y acabados sean «de primera calidad», para que se integren en el entorno «representativo» de Teobaldo Power.

En fin, que gastarse más de cien mil pavos en renovar los escaños podría sostener enormes dosis de demagogia. Yo no voy a descolgarme por ahí, pero sí quiero recordar que con esta compra, los diez diputados que no iban a costar ni un euro, nos han costado 12.000 euros y pico más. Y una pregunta inocente, solo por curiosidad: ¿no se le ocurrió a nadie que siendo los del Parlamento unos sillones tan buenos podían haberse retapizado?

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