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Flor de Sakura

Resulta alarmante comprobar lo poco que escuchamos. El señor ruido es tan invasivo que se ha colado en el interior de nuestras neuronas para anular la sana costumbre de hacerse preguntas incómodas. Pero a veces, alguien sale al rescate, y nos regala un trabajo comprometido. El talento de Rosalía ha parido una obra de culto, Motomami, pletórica mezcla sonora no exenta de letras que sorprenden por su madurez. Esta artista inteligente y pasional que bebe de las raíces del flamenco ha compuesto la banda sonora de nuestro tiempo, una oda a la fugacidad. Porque de saberse efímera va el tema que cierra el álbum, Sakura –que según la tradición japonesa simboliza la transitoriedad de la vida– y también de la necesidad inherente de sonreírle a una existencia sobrevalorada. Fama, dinero y poder, como los tres jinetes de un apocalipsis más bien mezquino, son la santísima trinidad de la estética actual. Sobra artificio y falta la contracultura que, a día de hoy, debería publicar viñetas satíricas que saquen los colores a un sistema mundo que, como plantea Pepe Mújica, el expresidente de Uruguay, continúa anclado en la prehistoria. Rosalía ha sido valiente al exponer sin tapujos su personal desnudo en un cóctel transformador que alude a su propia catarsis, y que eleva la fusión al rango de instrumento catártico. Y agita las ramas del árbol común, con múltiples variaciones experimentales que, lejos de desnaturalizar el producto con su indudable dosis de marketing, lo ensalzan desde la deconstrucción del lenguaje hasta la profundidad de los arreglos. La reivindicación de una mujer global que simboliza nuestra realidad con rostro de crisis mutante. La voz de la crisálida emerge, fuerte y sutil, y baila en un vacío intemporal. Volver a escuchar es darnos otra oportunidad para traducir el mensaje codificado por el miedo y la incertidumbre. Escuchen a Rosalía.

dorta@brandwithme.com

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