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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

Regresemos a la cueva

Una de las razones de Canarias para tirarse en plancha en la Unión Europea era colocarse bajo el paraguas de la Política Agricola Común, el gran objetivo del sector agrario, junto al mantenimiento de la reserva del mercado peninsular para el plátano. Europa destina más de cincuenta mil millones de euros al año para subvencionar a sus agricultores y ganaderos.

Pero problema de los Estados, cuando alteran las condiciones naturales de los mercados, es que se pasan la vida haciendo retoques. Porque lo que arreglan por aquí produce un descosido por allá. Las ayudas crean empresas ineficaces pero, en teoría, deberían llevar a los consumidores productos más baratos. En muy pocos casos es así. Y, además, los gobiernos establecen aranceles a las importaciones de productos que compiten con los nacionales y que llegan a precios más bajos. Los encarece para los consumidores y recauda pasta gansa en una fiscalidad que no se nota. Precioso.

Después de integrarnos a saco en Europa nos prometieron mil sistemas para auxiliar nuestra supuesta discapacidad geográfica. Ha funcionado tan, pero tan bien, que Canarias se ha convertido en uno de los lugares de España donde se pagan los peores salarios y donde se tiene un mayor coste de vida. A pesar de los instrumentos para abaratar las importaciones de productos necesarios para las islas, nuestra cesta de la compra es un escándalo. Podría decirse, por lo tanto, que las subvenciones a las producciones y los impuestos a las importaciones, o sea, el mercado protegido, no han servido para nada bueno.

Lo más asombroso es que, ante todo esto, hay empresarios que defienden el regreso a la autarquía franquista, negando los principios y los beneficios del comercio. El objetivo sería producir aquí todo lo que necesitamos y «dejar de depender del exterior». Y esto mismo se defiende por partidos de la izquierda ilusa. A ciertas edades la candidez es casi indistinguible de la ignorancia. En este mundo todos dependemos de todos. Y la fuerza del comercio es la que nos ha civilizado y nos ha dado progreso. Es posible y hasta necesario que potenciemos nuestro estancado sector primario, pero no deberíamos olvidar que vive, como la industria, de los millones de turistas que importamos.

La teoría extrema de la autosuficiencia («escuela y despensa» decía Costa en el XIX) nos llevaría a plantar nuestros alimentos en la azotea, a recoger el agua de la lluvia y a no salir de la cueva. O sea, una maravilla.

El Recorte

No tiren voladores

Que el turismo haya vuelto con fuerza y que el paro haya descendido por debajo de las doscientas mil personas en las islas son dos muy buenas noticias, probablemente interrelacionadas. Pero no tiremos voladores. Cuando el Gobierno alemán recomienda hacerse con provisiones de agua y alimentos para diez días… pongamos las barbas en remojo. El corte del suministro del gas y las restricciones a la compra de petróleo ruso o la pérdida de los cereales de Ucrania hacen temer consecuencias muy negativas a largo plazo en Europa. La teoría económica dice que si imprimes más dinero los precios subirán. El Banco Central Europeo lo hizo y los precios se dispararon. Y eso ha coincidido con una crisis de la oferta, incapaz de responder a la creciente demanda tras la pandemia. Es otra de esas tormentas perfectas que nos están cayendo y que ha disparado la inflación a cotas no vistas desde hace décadas. Y lo peor es que tiene pinta de que los precios seguirán subiendo. Objetivamente hablando no se puede ser muy optimista con la capacidad de gasto de los europeos. Eso puede afectar negativamente a nuestro turismo. Y que Bruselas siga pensando, tal y como está el patio, en establecer un impuesto al combustible de aviación no contribuye a la esperanza. Nos espera un tiempo de disciplina fiscal, de control del gasto y de aumento de los impuestos. Más cuesta y más empinada.

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