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In memoriam

Pascual

Mi devoción por Garachico comenzó a despuntar como curiosidad mientras oía hablar de la villa y puerto a quienes ya eran acérrimos garachiquenses muy jóvenes enamorados de su pueblo, Carlos Acosta García y Manolo Benítez de la Guardia, compañeros de estudios en el Instituto lagunero de la calle San Agustín. Garachico era por entonces un lugar remoto perdido en el noroeste tinerfeño, un ensueño casi inaccesible en el olvido de la isla baja. A veces ellos contaban anécdotas o historias del lugar, que más parecían leyendas a quienes las escuchábamos. Andando los años, aquella admiración primera se fue convirtiendo en aquerenciado afecto, que ni la ausencia ni la distancia han podido amenguar, desde que Pascual González Regalado, todavía flamante alcalde de su pueblo, me invitó, mediados los sesenta del siglo pasado, a un acto cultural en el colegio de la villa y puerto, no me pregunten para qué ni por qué, ni tampoco en qué consistió. Su benévolo ofrecimiento, que acepté, me deparó el primer encuentro con el pequeño ovillo urbano acurrucado que me pareció Garachico; adormilado a la vera del mar, era todo quietud, todo silencio sobrecogedor al que sólo le ponía contrapunto el océano, empeñado en ensanchar la herida abierta del Caletón. Aquella paz soledosa, aquella contenida nostalgia de vida, un rumoroso fragor con sordina me cautivaron para siempre. Fue un deslumbramiento. Así nació mi amor por Garachico.

Cuando Pascual dejó la alcaldía en 1969, hizo igual con la política y se dedicó a lo suyo, a la docencia, a pintar y dibujar, a su afición por la heráldica, a escribir, a cosechar amigos. Colaboró con cierta asiduidad en la prensa insular, primero en La Tarde y en el semanario deportivo Aire Libre, en los que solía firmar con el seudónimo Keibas Gonre; luego en EL DÍA, con Romén del Roque. Publicó libros, todos relacionados con la villa y puerto, de la que fue cronista oficial hasta que, al cambiar de residencia, hubo de renunciar al cargo. Le prestó a su pueblo natal numerosos servicios, con liberalidad y generosidad, que se los reconoció con el nombramiento de hijo predilecto. Era un garachiquense de ley. Garachico ha tenido en los últimos tres cuartos de siglo de su historia, gloriosa en su adversidad, como reza el escudo que Pascual le diseñó, la fortuna de varios alcaldes de diferentes adscripciones políticas que, uno tras otro, supieron anteponer a ideologías y partidismos sus mejores afanes para engrandecerlo y encumbrarlo a un puesto de privilegio entre los pueblos más hermosos de Canarias. Uno de los primeros fue Pascual González Regalado, que acaba de irse para siempre. El paisaje sentimental y emocional de Garachico acaba de sufrir un severo tajo.

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