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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

Un caso muy real

Me gustaría contarles el día en que alguien descubrió la cara y la cruz del mundo en el que vive. Una mañana, una joven mujer, de cuarenta y pocos años, va hacia el mercado y de repente pone el pie en una de las innumerables trampas que el Ayuntamiento deja en las aceras y paseos para cazarnos: tapas sueltas, adoquines desprendidos, diferencias de nivel… Nuestra mujer se fue al suelo con todo el equipo, doblándose el tobillo dolorosamente,

Mientras estaba en el suelo, quejándose, aparecieron dos personas para ayudarla. Un joven obrero de la construcción y una mujer que paseaba un perro. La ayudaron a levantarse y al darse cuenta de que su tobillo estaba fatal le dijeron que tendría que ir a un centro de salud. El chico le colocó unas cervezas frías en el tobillo para bajar la inflamación (las que llevaba para su almuerzo). Y al final los dos ciudadanos la ayudaron a llegar, cojeando, hasta la puerta de su casa.

La mujer les dio las gracias. Ya en su casa se puso a pensar en lo maravilloso que es un mundo donde los demás acuden al auxilio de otras personas. Ella era de los que pensaba lo contrario, así que se llevó una enorme sorpresa.

Poco más tarde se animó a acudir al supermercado, tal y como tenía pensado. Digamos un Hiperdino. Y como si el destino estuviera confabulado para enseñarle en un mismo día dos lecciones, una anciana de unos noventa años, mientras estaba comprando frente a una estantería, se fue al suelo. Ella no lo vio. Se encontró a la vieja en el suelo mientras la gente pasaba a su lado sin hacerle puñetero caso. Se arrodilló junto a la anciana y empezó a pedir ayuda, pero los usuarios del supermercado siguieron a lo suyo. ¿En media hora no pasó por allí ningún médico o sanitario o nadie que supiera primeros auxilios? Solo el personal del súper, que inmediatamente se desplegó para ayudar mientras llamaban al Servicio Canario de Salud, para que mandasen una ambulancia urgente.

Allí estaban cuando casi media hora después llegó el personal médico. Media hora es lo que se tarda en llegar con urgencia a un lugar céntrico de la capital en donde se encuentra desmayado un anciano por causas desconocidas. Mientras tanto, por teléfono, les habían dado instrucciones para levantar los pies de la anciana y colocarla en una posición adecuada.

Le gente –¿o la gentuza?– pasaba al lado de la anciana camino de la carnicería. Apartando la cara. Nadie intentó ayudar. Era la misma ciudad que por la mañana. O igual no lo era.

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