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Isidoro Sánchez

Mesa redonda con Agustín de Betancourt y Alejandro de Humboldt

Hace algunos años me llamó por teléfono el amigo y maestro Pepe Dámaso, ínclito pintor canario, presidente de honor de nuestra ACH, acrónimo que encierra la Asociación Cultural Humboldt de Canarias, para que no dejara de visitar en Madrid la Biblioteca Nacional donde se exponía un excelente trabajo sobre Alejandro de Humboldt, obra del profesor de Historia de la Ciencia y catedrático de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid, José Manuel Sánchez Ron. Acudí con mi esposa y comprobamos que valió la pena la exposición.

Años más tarde, en 2020, encuentro en el mundo literario un libro del admirado profesor Sánchez Ron que trata de El sueño de Humboldt y Sagan. Como bien lo señalaron algunos periodistas se trataba de una historia humana de la ciencia en la que los dos protagonistas del sueño se reunían en un hipotético encuentro entre estos dos personajes tan singulares del mundo de la ciencia: Humboldt un naturalista y geógrafo del siglo XIX y Sagan un astrónomo y astrofísico del siglo XX y que emplearon su tiempo de convivencia y conversación hablando de sus universos. El prusiano de su Cosmos terrenal y el norteamericano de su Cosmos solar. Curiosamente Humboldt le confesó a Sagan, y así aparece en el libro de Sánchez Ron, la sorpresa que le ocasionó el volcán Teide cuando subió por la cliserie del valle de La Orotava hasta su Pico y se tropieza con una serie de pisos de vegetación que le llevan a crear la asignatura de la fitogeografía donde la fisonomía de las plantas está en función de la altura, el clima y el suelo donde crecen. Así se hicieron famosos los dragos y las palmeras, el monteverde y la laurisilva, el pinar canario y las retamas, así como las violetas de la cumbre. No hace mucho tiempo el profesor Sánchez Ron es invitado a visitar Tenerife por parte de la Fundación CajaCanarias para participar en una actividad cultural relacionada con la historia de la ciencia y se interesó por conocer la ruta de Humboldt en Tenerife. Por esta razón me llamó el amigo Álvaro Arvelo Jr., miembro de la Fundación canaria, para pedirme que acompañase a José Manuel Sánchez Ron durante unas horas por el valle de Taoro, particularmente por el Puerto de la Cruz para atender el interés del profesor, por lo que empleamos nuestro tiempo en acercarnos al JAO, Jardín de Aclimatación Orotava, donde la hospitalidad de su director, Alfredo Reyes, fue exquisita y pedagógica como siempre. También visitamos la casa de la familia Cólogan en La Paz y el jardín del Sitio Litre e intercambiamos nuestros libros humboldtianos.

Aquel inolvidable encuentro y paseo por senderos del antiguo Puerto de Orotava, que nos situó en el verano de 1799, me llevó a pensar en la primavera de 2022 en otro sueño. En una mesa redonda con participación del ingeniero canario Agustín de Betancourt y del geógrafo y naturalista prusiano Alejandro de Humboldt. Betancourt había nacido en 1758 en Puerto de Orotava y fallecido en Rusia en 1824 mientras que Humboldt nació en 1769 en Berlín y murió en 1859, también en Berlín, después de un viaje a Rusia en 1829. Ambos trabajaron contratados por los zares rusos. Situé la mesa redonda en el Club Náutico de Tenerife y me imaginé la conversación mantenida por ambos personajes quienes se conocieron en Madrid en el primer semestre de 1799 cuando Humboldt viajó a la corte española para solicitar del rey Carlos IV el permiso para viajar a las Españas coloniales en las Américas pasando por Canarias donde quería conocer en Tenerife el Drago de Franchy en La Orotava y el volcán Teide. Seguro que hablarían de América y de Colón, así como de Europa y de la importancia de conocer Canarias para entender América, en particular Venezuela y Cuba. Al igual que de España, por su encuentro en Madrid en la primavera de 1799; de Francia e Inglaterra, para hablar de la revolución francesa de 1789 en París y de la revolución industrial en 1788 en Londres; en junio de 1799 de Santa Cruz de Tenerife, de La Laguna y de la Real Sociedad Económíca de Amigos del País, así como de sus visitas al Jardín Botánico de Aclimatación y al Drago de Franchy, al igual que de las aguas que corrían por el río de Aguamansa en el corazón del valle de Taoro y de la subida al Pico del Teide que le permitió observar los pisos de vegetación. Cuba también estuvo presente en las conversaciones, por la frustrada expedición Guantánamo por parte de Betancourt en 1797, cuando llevaba sus máquinas de vapor para atender la petición de los criollos cubanos y sustituir la mano de obra por las máquinas en los ingenios azucareros, así como aparatos topográficos para trazar vías de comunicación en la isla caribeña. Humboldt sí que le contaría a su admirado Betancourt, su viaje con el médico y botánico francés Bonpland a tierras americanas donde le llamó la atención las civilizaciones de los incas en Perú y de los aztecas en la Nueva España, así como los volcanes ecuatorianos y la esclavitud en algunos países americanos, tanto en Cuba como en Venezuela y los Estados Unidos. Solo faltó que asistiera a la Mesa Redonda el catedrático emérito de Botánica de la Universidad de La Laguna, don Wolfredo Wildpret, al que se le echó en falta aunque lo dejó para otra ocasión, ya que estaba muy ocupado en La Laguna y en la capital tinerfeña con el cambio climático.

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