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Luis Ortega

gentes y asuntos

Luis Ortega

Fernando Fernández y la autonomía

En una charla reciente con mi paisano sobre el asunto que titula la columna, recordamos la memorable residencia de Plácido Fernández Viagas en la isla y las actividades culturales que impulsó en paralelo con su ejercicio como juez de instrucción y primera instancia. Y como los palmeros derivamos los asuntos hasta donde alcanza la memoria, celebramos que devolvió el teatro al Circo de Marte, con textos de Priestley, Buero Vallejo y Ruiz Iriarte, entre otros, y con montajes dignos que, alguna vez rozaron los límites fijados por la censura franquista. Profesionales reconocidos de la ciudad, alumnos del bachillerato superior –entre ellos Fernando– y aún de los primeros cursos –ahí entré yo– con un menú de entremeses del Siglo de Oro y el Retablo Jovial de Casona, cubrieron los ocios de la ciudad alegre y confiada.

De ese tiempo arranca mi amistad con Fernando Fernández Martín, licenciado en Medicina por la Universidad de Navarra y especializado y doctorado también por la de Barcelona; jefe del departamento de Neurología del actual HUC y profesor titular de la facultad de Medina de La Laguna y con aficiones tan singulares como las pruebas automovilísticas y su continuidad en el mundo de la radiodifusión, con varios campeonatos mundiales en su haber.

Fernández Viagas fue uno de los promotores de Justicia Democrática y el primer presidente de la Junta de Andalucía y, desde la distancia, mantuvo cordiales relaciones con ambos. Lo nombramos con admiración y afecto cuando entramos en la cuarta década de la autonomía en Canarias, y el doctor Fernández Martín presenta sus reflexiones sobre la misma desde su experiencia personal y con la rotundidad con la que siempre se pronuncia.

Fue el hombre de confianza de Adolfo Suárez en Canarias y consiguió para su Centro Democrático y Social los mejores resultados de su breve trayectoria; accedió a la presidencia del Gobierno de Canarias, que ocupó en el bienio 1987-1988, con el apoyo de las AIC, Alianza Popular y la Agrupación Herreña. Fue norte de su gestión la integración en la Unión Europea, la cooperación con Madeira y Azores para la creación de las regiones ultraperiféricas y la construcción de infraestructuras en las islas menores. Le tocó lidiar con el ruidoso desacuerdo sobre política universitaria y sentó el histórico precedente de una moción de confianza, que no se ha repetido ni repetirá en nuestra nacionalidad, que le costó su cargo. Junto a ese ácido hito, Fernández Martín ha sido el único presidente nacido fuera de las islas capitalinas, otro hecho de difícil repetición porque, sin estar expresamente escrito, el turno de tinerfeños u grancanarios en exclusiva se cumple con el rigor de un precepto tridentino.

Posteriormente militó en el Partido Popular en el que ocupó cargos orgánicos y, durante quince años, fue parlamentario europeo, vicepresidente de distintas comisiones y con dedicación especial a las relaciones con América Latina y a la creación y dotación de las Regiones Ultraperiféricas de Europa; observador oficial de procesos electorales y consultor del Plan de la ONU para el Desarrollo durante un cuatroenio. Entre 1991 y 2005 publicó media docena de libros sobre política y sociedad, con Canarias como eje y argumento. Retirado de la política activa y con amplia perspectiva temporal, nos plantea ahora sus reflexiones sobre la autonomía que tenemos y la que pudo haber sido, con la rotundidad que le caracteriza y en un ejercicio de responsable sinceridad que le honra.

«Siendo un autonomista convencido desde el inicio, la forma en que ésta se ha desarrollado me hace afirmar que así, no». De esa convicción sale el título y el propósito de un libro de ciento cincuenta páginas, publicado por la editorial Repensar Canarias y presentado en las últimas semanas en Gran Canaria, Tenerife y La Palma con la participación de Jerónimo Saavedra, Antonio Martinón y Pedro Rodríguez Castaños, tres padrinos de distintas sensibilidades que valoraron la sinceridad y oportunidad de la publicación en vísperas de las cuatro décadas de la formación del Parlamento provisional.

«Quizás erramos al elegir el modelo de autonomía», afirma y critica el recorrido que la ha convertido «en algo muy diferente a lo que pensamos, porque se ha creado una maraña administrativa que ahuyenta la inversión e impide el desarrollo».

La primera asamblea para fijar el rumbo y carácter de los futuros órganos de gobierno de Canarias se celebró en las Cañadas del Teide y acabó como el Rosario de la Aurora, con un enfrentamiento abierto entre los representantes tinerfeños y grancanarios de la mayoritaria Unión de Centro Democrático y semestres cerrados donde se alternaron los presidentes de una y otra isla; el acuerdo para el Estatuto fue igualmente costoso y se basó –«y mal copió», según Fernando Fernández – en el catalán.

«Debimos haber tenido más respeto por las corporaciones existentes y eficaces desde 1912, y apostar sin recelo por un Cabildo General. ¿Para qué un gobierno con tantas consejerías, viceconsejerías y direcciones generales? Y teníamos que haber adoptado uno de los dos modelos posibles para nombrar a los miembros de ese órgano; la primera que cada isla eligiera a sus representantes y, la segunda, por elección universal en toda Canarias. Pero, perdimos la oportunidad y se montó una estructura duplicada y brutal».

El libro está articulado en tres grandes bloques: «las relaciones Canarias-Europa, el desarrollo de las Regiones Ultraperiféricas de la Unión Europea y la inmigración, que exige un reparto equitativo de los admitidos y que, en grandes periodos, ha colaborado en el desarrollo europeo».

Frente a la peligrosa tentación del personalismo, con rigor y cierta nostalgia, mi paisano Fernando Fernández analiza el decurso de la democracia y el autogobierno en Canarias y apunta una posibilidad desechada que quizá –porque no tuvo la oportunidad de mostrarse– se ajustaba más cabalmente a la realidad insular y a los deseos no consultados de los isleños. No es un lamento proustiano, sino una denuncia política oportuna cuando la triple paridad –el mayor logro del Estatuto de Canarias– pasó al lugar de los recuerdos, como las oportunidades perdidas en aras del estereotipo «un hombre un voto», tan discutible y matizable como todos los tópicos, que amplió el número de diputados autonómicos que era de lo que se trataba la reforma estatutaria.

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