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Bebés, entre nodrizas y biberones

El país más poderoso del mundo no puede abastecer de leche en polvo a sus bebés. Esta es la noticia que estos días nos llega de Estados Unidos, donde han tenido que activar dispositivos especiales para transportar de forma urgente este producto desde Suiza, donde Nestlé tiene su sede central.

El bebé Luis XIV con su nodriza pintados.

La leche artificial apareció entre los siglos XVIII y XIX, en el marco de la revolución industrial. En 1760, el médico francés Jean-Charles Desessartz analizó la composición química de la leche materna comparándola con las principales leches animales. Gracias a este paso inicial, en 1865 el químico alemán Justus Von Liebig patentó la primera leche artificial, tanto líquida como en polvo. El producto fue un éxito y a los pocos años ya había decenas de marcas que comercializaban sus propios productos para bebés. Ahora bien, fue durante el siglo XX cuando llegó su popularización definitiva, que de rebote hizo desaparecer a las nodrizas.

Amamantar a los hijos de otras era una de las profesiones más antiguas. Buena prueba de ello es que incluso aparece en la Biblia, en pasajes tan relevantes como el de Moisés, cuando es encontrado en el río y la hija del faraón encarga su alimentación a una mujer.

De hecho, en la tierra de las pirámides se conserva un pergamino de 1500 a. C. donde se aceptaba recurrir a las nodrizas cuando la madre no tenía leche o en caso de muerte de la parturienta. En Grecia, las mujeres de alto estatus también encargaban la alimentación de sus bebés a otra. Y en Roma, hay constancia de que las nodrizas servían para alimentar a las criaturas abandonadas (sobre todo niñas) en la basura. Esos bebés eran comprados como esclavos a bajo precio y las nodrizas -también esclavas- los amamantaban durante tres años.

Durante los primeros siglos de nuestra era ya aparecieron algunos textos pediátricos con consejos sobre cómo controlar la calidad de la leche de las nodrizas. Además, se les recomendaba que cuando el lactante llorara le cantaran y lo acunaran para consolarlo. Todo un detalle.

En la Edad Media no estaba bien visto contar con los servicios de una mujer para dar el pecho. Existía la creencia de que a través de la leche se podían transmitir tanto las cualidades físicas como psicológicas. Además, se afirmaba que existía el peligro de que la nodriza no cuidara de la criatura, y de que la madre no estableciera un buen vínculo con el hijo si lo amamantaba alguien que no fuera ella.

Ahora bien, lo cierto es que las mujeres de los estamentos más altos se desentendían de sus retoños por diferentes razones. Para empezar, porque la ropa socialmente aceptable impedía dar el pecho, y también porque estar pendiente de las necesidades alimentarias del bebé limitaba sus actividades sociales. A la hora de elegir a una nodriza había que tener en cuenta que fuera feliz, responsable, observadora y sobre todo que no fuera pelirroja, puesto que existía la creencia de que tenían demasiado temperamento y podían traspasarlo al bebé. Como se puede imaginar, las que se dedicaban a este trabajo eran mujeres de baja extracción que habían parido recientemente.

Cuando en el Reino Unido comenzó la revolución industrial muchas familias se fueron a las ciudades a trabajar en las fábricas. Si las obreras daban a luz no podían dejar su empleo porque de lo contrario eran despedidas, puesto que entonces no había ningún tipo de protección social. La alternativa era enviar a los recién nacidos a las zonas rurales para que los criaran las campesinas. El problema es que muchas veces no cuidaban suficientemente de las criaturas. Les administraban opiáceos para que durmieran todo el día y no los alimentaban de forma adecuada, lo que provocaba una enorme mortalidad infantil por culpa de la desnutrición.

No es de extrañar que cuando apareció la posibilidad de recurrir a productos artificiales, enseguida tuvieran mucha aceptación. Aparte de que las empresas ya se cuidaron de hacer unas buenas campañas de publicidad para hacer creer a las madres que era mejor aquel producto enlatado que su propia leche. Un dilema que hoy todavía persiste.

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