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El Báltico vive días revueltos

Los errores políticos, militares y estratégicos de Putin van en aumento. Si con la actual invasión de Ucrania pretendía en pocos días ocupar las grandes capitales, incluida Kiev, y las partes prorrusas del Dombás, y expandir sus fronteras más allá de la península de Crimea —ocupada en 2014—, dominando incluso Odesa, las cosas no le han salido bien. Al menos, no tan bien como lo habían pensado en tiempo y forma. La realidad es que han planteado una guerra convencional del siglo pasado contra un país, Ucrania, que le está respondiendo, con la ayuda inestimable de las principales democracias del mundo, con una guerra del siglo XXI.

La situación es grave, para qué nos vamos a engañar, sobre todo en el este y en el sur de Ucrania, pero el coraje, la valentía y la resiliencia del pueblo ucraniano ya ha ganado la batalla de la imagen. Occidente está con ellos; y están dispuestos a dejar de comprar el gas y el petróleo ruso. Por otra parte, sus socios asiáticos ven con recelo esta invasión, porque no hay que olvidar que Europa es uno de sus principales clientes. De hecho, lo que ha conseguido Putin es, no solo que la Unión Europea esté más unida, sino que la OTAN salga fortalecida de un letargo demasiado largo y preocupante.

Y si no tenían problemas, a la Federación Rusa se le acaba de abrir otro frente: el del mar Báltico; al pedir oficialmente, tanto Finlandia como Suecia, su entrada en la Alianza Atlántica. Ambos países cuentan con ejércitos modernos y flexibles. La primera que ha tomado medidas ha sido Suecia, que ha reforzado su contingente militar en la isla de Gotland. Dicha isla sueca, situada en pleno centro del mar Báltico, frente a las costas de Letonia, es considerada como un portaviones natural.

Este paso ha sido transcendental, ya que ambos países se mantenían neutrales desde la época de la Guerra Fría. Pero la decisión de Putin de invadir Ucrania les ha abierto los ojos y ahora consideran, no sin razón, que Rusia es una verdadera amenaza para sus intereses. En este juego perverso de verdugos y de víctimas, Rusia es la que ataca porque se siente amenazada; al menos ese es su discurso interior —al que al parecer el pueblo ruso ha asumido como verdad—, por lo que su reacción ante la decisión de los países nórdicos de adherirse a la OTAN, lo considera, siguiendo su propio juego, como una amenaza directa contra Rusia.

El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, ha declarado: «Definitivamente, la expansión de la OTAN no hace que nuestro continente sea más estable y seguro. Este hecho no puede dejar de suscitar nuestro pesar, y es una razón para responder de forma simétrica por nuestra parte.» A continuación, el propio Putin ha vuelto a sacar el as con el que viene amenazando desde que comenzara la invasión de Ucrania, y que no es otro que el de utilizar las armas nucleares. Es más, ya están hablando de estacionar misiles nucleares en Kaliningrado; la antigua ciudad prusiana de Konigsber, anexionada por Rusia en 1945.

Sin embargo, la reacción de Rusia no se ha hecho esperar: comenzado por cortarle el suministro eléctrico a Finlandia, por un supuesto impago. Estamos hablando de que los finlandeses importan el 52 % de la energía que consumen de la principal compañía eléctrica rusa, la Inter RAO. Ahora, a Finlandia no le queda más opción que cubrir dicho déficit con más energía propia y la que le pueda suministrar Suecia.

Pero no nos engañemos, todos estos sucesos vienen a poner de relieve el hecho incuestionable de que los dirigentes rusos han venido diseñando y llevando a cabo de forma y manera sistemática asesinatos tanto en masa, como lo sucedido contra el pueblo checheno en Grozni y ahora en Ucrania, como de manera individual, secuestrando y asesinando a los disidentes políticos. No hay ideología más perversa y asesina que la comunista. Más de cien millones de muertos llevan sobre sus conciencias, si es que la tienen.

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