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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

El descabello de Canarias

Muchos gobiernos han decidido meter mano en el bolsillo de sus ciudadanos con el argumento de la defensa del medio ambiente. Saben perfectamente que el compromiso para reducir la contaminación se ha instalado en la conciencia social, que desea un mundo más sostenible. Y se aprovechan de esa predisposición para inventarse nuevos impuestos supuestamente verdes.

España, por ejemplo, como otros países europeos, aplica una carga económica a las emisiones de CO2. Los que más contaminan tienen que pagar derechos de emisión: un sobreprecio que encarece su actividad. El propósito de estas políticas era favorecer a las energías renovables y expulsar de la producción a los derivados del petróleo. Pero no ha conseguido ni lo uno ni lo otro. Al final solo sirve para recaudar más. Y en el colmo del cinismo, España ha terminado comprando a Marruecos energía eléctrica producida por el combustible más sucio: el carbón. Vaya jeta.

Europa, ahora, ha anunciado la imposición de un nuevo impuesto a los combustibles de aviación. Y que no les engañen: afectará tanto a los vuelos turísticos a Canarias como a las conexiones de pasajeros y mercancías con Península. Se puede decir aquello de que si éramos pocos, parió la abuela.

A Canarias se le ha impedido tener un sistema de transporte aéreo de libre mercado con Península, se han cortado las alas a la competencia y se ha negado la concesión de la llamada Quinta Libertad Aérea a las islas, para transformarnos en un nodo de comunicaciones atlántico. Nos hemos quedado en manos de un monopolio que explota a los viajeros en las más absoluta impunidad. Con un 75% de subvención, un canario puede llegar a pagar trescientos y pico euros –por ejemplo estos días– por un viaje de ida y vuelta a Madrid. Mil doscientos euros, precio de un billete sin subvención. Es un escándalo, si tenemos en cuenta que hay otras compañías que te llevan a Londres por sesenta euros.

Nos han explotado durante décadas. Impunemente. Nos han alejado de los conciudadanos españoles, para los que viajar a Canarias es prohibitivo. Y ahora, imponiendo un nuevo impuesto a la aviación nos darán la puntilla. Los aviones seguirán volando igual –o sea, contaminando– pero viajar será más caro. Lo será para los turistas que vengan a Canarias. Y lo será para los canarios, que pagamos actualmente precios de escándalo. Todo esto ocurrirá porque somos incapaces de poner los pies contra la pared y gritar que ya basta.

El Recorte

Amenazas marinas

Nuestros calentólogos autóctonos andan ahora con la matraquilla de la subida del nivel del mar. No se refieren a la marea, sino a los efectos del calentamiento global sobre las masas de hielo de los polos, que se están derritiendo. Y al contrario de lo que ocurre con el hielo en un vaso lleno whisky —que se derrite y no se desborda— el hielo donde están los pobre osos blancos comiéndose a los pingüinos va a producir una importante elevación del mar. Lo que pasa es que el tema no es nuevo. Según dicen los expertos calentólogos, los niveles del mar han subido unos 23 centímetros desde 1880. Pero aseguran que casi la mitad de esos centímetros han aumentado en los últimos 25 años. Y nos avisan que para el año 2050 —que está ahí al lado— habrá subido otros 30 centímetros lo que implicará que perderemos muchas playas de Canarias, como por ejemplo Las Teresitas. Pero ¿dónde está el problema?. Conseguimos otro grupo de empresarios tontos, como en 1970, y les convencemos para que le hagan otra playa artificial un poco más arriba. Y que se la regalen la capital a cambio de dejarles edificar. Luego decimos que la playa es del pueblo y nos la quedamos por la cara. Todo tiene solución. Y hay gente, incluso, a la que medio metro le parece poca crecida. Como todo el mundo sabe, a muchos laguneros les haría inmensamente feliz poder pescar en La Cuesta.

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