eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

Tony Leblanc y Juan Diego

En las últimas fechas tuvieron portadas de prensa y tiempo en las ondas dos actores inmensos y distintos que camparon en el teatro y el cine españoles en las últimas siete décadas. El primero, el inefable Tony Leblanc, hubiera cumplido el siglo el 7 de mayo, en una efeméride carpetovetónica porque nació en el Museo del Prado, en la sala de Goya que entonces unía las pinturas negras con los luminosos y folclóricos cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. Contaba que su padre, conserje en la pinacoteca madrileña, recibió la visita de su madre, embarazada a término y que, en un medio del sorprendente trajín, vino al mundo él, registrado como Ignacio Fernández (1922-2012) que alargó su popularidad hasta el final de sus días.

Con tanta vocación como convicciones, el segundo subió por primera vez a un escenario en 1957 con la obra de Samuel Becket Esperando a Godot. Estudió en el Conservatorio de Música y Declamación de su Sevilla natal y se lanzó a Madrid donde trabajó inicialmente en pequeños papeles y colaboraciones televisivas que alternó con su compromiso político; su talento y versatilidad le auparon enseguida en el oficio y, en 1975, lideró la primera huelga de actores de España, hartos de la explotación de las dos funciones diarias, festivos incluidos. Militante del Partido Comunista de España en la clandestinidad y en la democracia, Juan Diego Ruiz Moreno (1942-2022) fue un intérprete impecable, el mejor que recordamos, del dictador Francisco Franco, que le valió un indiscutible Goya.

Tony Leblanc debutó como galán cómico en la compañía de Celia Gámez y, desde 1944 hasta la década de los 70, inscribió su nombre en sesenta películas; unas de enredos cómicos, el astracán de turno, con José Luis Ozores y Gómez Bur, y con parejas tan reputadas como Marujita Díaz, Concha Velaco, siempre en el cine posible y siempre con los mismos realizadores: Sáenz de Heredia Pedro Lazaga, Salvia, Palacios y Ozores. En paralelo participó en programas de TVE y fue un habitual del Teatro Eslava; compartió cartel con Nati Mistral y Addy Ventura y llegó a escribir varias revistas, además de canciones populares, entre ellas Cántame un pasodoble español. Retirado por problemas de salud, Santiago Segura lo rescató para la exitosa y coral serie de Torrente, en la que hizo del padre adecuado del casposo «brazo torpe de la ley»; las nuevas generaciones tuvieron ocasión de conocer a un ingenioso buscavidas que fue, incluso, boxeador y «campeón de Castilla y Tigre de Chamberí», como recordaba en sus últimas entrevistas.

Corredor de fondo en la lucha por la democracia, defensor de la profesión y los derechos de los actores, llevó una grave enfermedad con la dignidad y discreción con la que se despachó en su vida diaria. Está entre los mejores intérpretes del teatro clásico español, porque despojó a los papeles de la solemnidad heredada e impostada y los naturalizó y acercó a los espectadores contemporáneos, tanto en el mítico Estudio Uno como en los teatros madrileños que alternaban las obras del Siglo de Oro con los estrenos puntuales. Sus amplios registros brillaron en el cine con directores como Luis García Berlanga, Ettore Scola, Eloy de la Iglesia, José Luis Cuerda e Imanol Uribe, entre otros.

Concienzudo y convincente en sus amplios registros, Juan Diego Ruiz dio crédito al terrateniente señorito de Los santos inocentes, de Mario Camus, al místico Fray Juan de la Cruz en Noche oscura, de Carlos Saura o al escéptico representante de los cómicos ambulantes en El viaje a ninguna parte de su amigo Fernando Fernán Gómez, fiel y triste relato que figura en la cumbre de la cinematografía española.

Compartir el artículo

stats