eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cuando las cosas están bien hechas…

Parque El Montillo, en La Matanza de Acentejo. E. D.

No es fácil, estimado lector, encontrar ansiadas ocasiones para aplaudir labores de gobierno, más concretamente de gobiernos municipales como es el caso del correspondiente al municipio de La Matanza de Acentejo (Tenerife). Pues a lo otro, a barbaries como la atilanización llevada a cabo en la grancanaria y capitalina Plaza de San Bernardo (corrían los tiempos de doña Pepa) o a la suciedad callejera y abandono de jardines según ordena la tradición, estamos ya acostumbrados. ¿Valen dos ejemplos más, simples y tremendamente costosos?

¿Cuántas decenas de millones lleva en su cuerpo, marchitado cuerpo por inconcluso a pesar de su mayoría de edad, el ostentosamente llamado Palacio de la Cultura teldense? ¿Quién controló tal aparente despilfarro? ¿Alguien autorizó la supuesta dilapidación?

Más: ¿por qué el Tribunal Superior de Justicia de Canarias condenó al Ayuntamiento de Santa Brígida (canariasahora, 2014) a pagar trece millones de euros a la UTE (Unión Temporal de Empresas) «contratada para construir y explotar» el hipotético centro comercial con plaza pública... en el mismo casco de la Villa, el llamado popularmente mamotreto? (ElDiario.es fue contundente: «El juego de trileros»).

¿Por qué se había producido algún desajuste legal con el inicio de las obras, hoy parcialmente derruidas? ¿Por qué la Corporación anterior –presidida por el señor Armengol y absolutamente ajena al desaguisado– se vio obligada a pagar 5,6 millones de euros para recuperar el espacio físico, anterior propiedad del pueblo satauteño? (Por cierto: ¿nunca se conjugó la tan recurrida frase «asunción de responsabilidades»?)

Frente a estas realidades y otras muchas más, ejemplos de incompetencias, delirios verticales (al decir del poeta Gerardo Diego), incorrectas planificaciones y otros menesteres, llama gratamente la atención que un municipio cuyo censo no llega a los diez mil habitantes, La Matanza de Acentejo (Tenerife), haya sido capaz no solo de emprender la recuperación de terrenos, sino, además, de respetar y purificar íntegramente el medio para conseguir el parque natural El Montillo, «pulmón verde de la ciudad».

Y como no está de más recordar la razón del nombre donde se ubica tal significada obra, echemos una elemental mirada a la historia. El topónimo Acentejo (Centejo) viene de atrás, desde antes de la colonización de Canarias. Abarca todo el espacio físico donde se produjeron dos batallas entre guanches y españoles con la inicial victoria de los primeros (hoy, La Matanza de Acentejo)… pero la derrota en la segunda (corresponde a La Victoria de Acentejo): los aborígenes sucumbieron ante las huestes conquistadoras arribadas para la captura de esclavos, obtención de tierras, expansión colonial... y clerical cristianización, obviamente.

Se trata pues de un inmenso espacio ubicado en el primer Ayuntamiento: cincuenta y siete mil (57.000) metros cuadrados, en efecto, responden a serenas, ambiciosas, estudiadas e inteligentes planificaciones de una Corporación concienciada y sensibilizada, cuya idea es integrar a niños, jóvenes y mayores en la naturaleza.

Hablamos de naturaleza, la misma que desde siglos atrás cantan los humanos cuando quieren redescubrirse, reencontrarse. (¿Por qué los poetas silencian hoy palabras sobre el mundo físico –plantas, animales, minerales, arroyos, mares...–, es decir, referente a todo lo aprehendido a través de los sentidos?) Y, también, los pintores del Renacimiento se identifican con ella, la contemplan y disfrutan como hicieron nuestros poetas Cairasco de Figueroa (GC) y Antonio de Viana (TFE), tal como recordé de ambos cuando el pasado domingo visité El Montillo: Me retornó al aula. Y reencontré en la memoria aves, ríos, barrancos, aires, tierras, flores, montes, doradas arenas, fresco trébol, toronjil… mientras mis alumnos, como una sola voz o individualmente iban recitando las estructuras o cuerpos poéticos que los transportaban a otras tierras, las del siglo XVII, tan distintas a las de hoy, a veces casi extrañas o desconocidas...

No fueron los mismos, claro –a fin de cuentas, el paso del tiempo impone radicales cambiosh, pero los cantos de los pájaros de El Montillo vienen a ser exacta reproducción de los pintados con palabras por el vate tinerfeño del siglo XVII, algo así como «vocingleros parajuelos» de músicas sonoras «que por canarios los celebra el mundo». Y llegué a caminar con Mateo acompañado por silencios de ecos y sueños junto a «álamos, cedros, lauros y cipreses, / palmas, lignaloeles, robres, pinos, / lentiscos, barbusanos, palos blancos, / viñátigos y tiles...», como si Natura se hubiera esforzado por entretejerme entre plantas, arbustos, árboles... no todos presentes, pero, quizá, conjuntados desde siglos atrás en las mismas laderas, barranquillas y desniveles de El Montillo, escalones y cortes de una tierra privilegiada hoy propiedad ciudadana.

Y tienen razón quienes lo llamaron «parque natural». A fin de cuentas es la conjunción naturaleza–sensibilidad humana así, al natural, sin artificios ni recargamientos (ni tan siquiera florituras: estas las pone la propia geografía insular). De las entrañas de la tierra y de los nobles sentimientos entrañados en los matanceros (hombres y mujeres, a la par) nació para disfrute, distensión, aprendizaje y sensibilización, concienciación y activismo civilizado. Honor a un pueblo que mira de frente al más allá...

Pues este parque natural no es cualquier cosa. Ni solo –ni mucho menos– jardín, rosaleda, huerta o parterre. Pero tampoco es un inmenso oasis infantil (ciento once niños y algunos galletones conté el pasado domingo), a pesar de sus toboganes, remos, barcos piratas… Es más, mucho más que la simple distribución de caminos, veredas, senderos, anfiteatro a la manera clásica o terrero para la brega, circuito canino, cascada, rocódromo, arboledas, plantas, bancales, viñátigos o higueras…

El Montillo, en efecto, es más, mucho más que el inmensísimo espacio dedicado a plantas, árboles, aves, sombras y arboledas combinadas con juegos aniñados, perras de vino, mesas aisladas en medio de los senderos, sombrío césped para reposar cuerpos y ensoñaciones durante calóricos atardeceres…

El Montillo se convierte, por pureza, en necesaria identificación entre la naturaleza y seres racionales o aspirantes a tales, escuela de convivencia y respeto al medio ambiente, didáctica aula al aire libre, confraternización con todo lo creado de forma natural... En definitiva, grandísimo acierto de una Corporación municipal concienciada y civilizada.

Compartir el artículo

stats