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MI REFLEXIÓN DEL DOMINGO

Hay que anunciar a Cristo Resucitado

«En las apariciones de Cristo Resucitado constatamos el interés que Él tiene por estas tres cosas: porque los discípulos tengan la certeza, más allá de toda duda, de que realmente Él es el mismo Jesús que estaba con ellos y que ha resucitado; de que todo lo sucedido estaba ya anunciado en la Ley, en los Profetas y en los Salmos, es decir, en todo el Antiguo Testamento; y que había que dar a conocer con vigor y con entusiasmo este acontecimiento con todas sus consecuencias, «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

El Evangelio de este domingo nos presenta la tercera aparición de Jesucristo Resucitado a los discípulos, que están iniciando su vida normal: están en la pesca, el trabajo habitual de algunos de ellos.

En medio de la pesca, descubren la presencia de Cristo Resucitado. Ellos conocen, como nadie, el lago, han pescado toda la noche y no han cogido nada, y ahora, de repente, y por indicación de un desconocido, se llenan las redes de peces. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué ha pasado?

«¡Es el Señor!» dice Juan, el más clarividente de todos.

Y es importante observar que durante la comida «ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era porque sabían bien que era el Señor», nos dice el Evangelio de hoy.

Se ha cumplido, por tanto, el primer objetivo de las apariciones: llevar al ánimo abatido de los discípulos la certeza de que Él había resucitado.

Aquella comida es signo de la Eucaristía, el gran banquete de la Iglesia, y en el que «pregustamos y tomamos parte» del banquete del cielo. Es lo que resalta la liturgia de este día en el Evangelio: «Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado».

Dice S. Jerónimo que 153 eran los peces conocidos entonces. Y es posible que pueda ser, en Juan, un signo de la universalidad de la Iglesia a la que todos estamos llamados.

Y la Iglesia tendrá como cabeza visible a Pedro, que, después de la comida, es examinado sobre el amor y es confirmado en la misión que el Señor le había anunciado. ¡Hasta ese punto le perdona el Señor!

En la primera lectura comprobamos cómo se está cumpliendo también el tercer objetivo: dar testimonio en todas partes de Cristo Resucitado con la luz y la fuerza del Espíritu Santo. En efecto, los apóstoles se presentan ante el Sanedrín como testigos de la Resurrección, y formulan lo que nosotros conocemos como «una objeción de conciencia»: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y, una vez azotados, «salen contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús».

Y es particularmente importante lo que les dice el Sumo Sacerdote: «Habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

En nuestro tiempo, en el que urge por todas partes el anuncio de esta Buena Noticia, sería muy importante retener esta expresión: «habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza». ¡Y nos sentimos animados a pensar qué necesario sería que en nuestros pueblos y ciudades, que en nuestras parroquias y comunidades se pudiera decir lo mismo de nosotros!

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