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La filosofía no es ESO

La reciente eliminación de la Filosofía de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) no resulta una novedad respecto del tratamiento habitual que viene sufriendo la enseñanza de las Humanidades desde hace décadas. No llama la atención que en una sociedad dominada por la técnica y el resultado mensurable, un saber como la filosofía, carente por naturaleza de aplicabilidad inmediata, sea percibido como una extravagancia irrelevante. Lo que resulta más grave del caso actual es que tal eliminación no responde a un mero descuido o falta de atención a su importancia, sino a un intento deliberado de sustituirla por la elaboración de un nuevo producto: el «buen ciudadano».

Desde las instancias de poder parece intuirse con preocupación y temor que la búsqueda de la verdad, a través de la filosofía, reclama para sí un ámbito de la vida humana libre para la reflexión, ajeno a la esfera de influencia de las agendas de planificación gubernamental. Tal temor por parte de quienes poseen una concepción totalizante del Estado no carece de fundamento. Primero, porque los grandes progresos humanos en el ámbito de la ciencia, el arte, la religión y, por supuesto, la filosofía no han surgido de la planificación de una élite, sino del libre ejercicio de la capacidad humana de conectar con la verdad, el bien y la belleza de las cosas. Tales logros han sido conseguidos precisamente en la medida en que no han sido intentados como tales. El potencial transformador de la filosofía se desata como irradiación gratuita de la sobreabundancia de la verdad, cuando la realidad es contemplada de forma desinteresada.

Segundo, porque de semejante actitud contemplativa surge el sentido «crítico» en su acepción original de capacidad de «discernir» (en griego, krínein) lo verdadero de lo falso. El poder recela de este fenómeno, e intenta copar los diversos ámbitos de la vida del espíritu, ideando sustitutos que aquieten la sed de belleza –en forma de entretenimiento barato o de productos pseudoartísticos ideologizados– o la sed de bien –en forma de «causas nobles» a las que adherir cómodamente desde el sofá–. Se trata ahora de acallar la sed de verdad, suplantando a la filosofía por ideología. ¿Qué otra cosa puede ser la nueva formación en valores cívicos que un catálogo de postulados y actitudes funcionales al poder y consagrados como dogma incuestionable?

Una sociedad dócil y sometida no puede dejar lugar para la genuina reflexión filosófica. Por esa razón, el cultivo de la filosofía, lejos de ser un lujo extravagante, es hoy una tarea de vital importancia para la supervivencia de una sociedad verdaderamente humana. La pregunta acuciante es entonces ¿qué podemos hacer? Primero, autocrítica. La filosofía explicada como sucesión de opiniones contradictorias o como discurso reconfortante para la propia feligresía no responde a las inquietudes vitales más profundas, y tiene bien ganada la percepción de irrelevancia que ahora padece. Segundo, no victimizarse. Las quejas y declaraciones institucionales dirigidas a las autoridades, además de poco efectivas, abren la puerta a concesiones mínimas que acallan rápidamente el reclamo. No es momento para una filosofía funcionarial y subsidiada. Tercero, no desesperar. Así como la música no moriría si murieran las compañías discográficas, la filosofía no va a morir si desaparece de la enseñanza oficial. La filosofía no se reduce a eso, responde a un anhelo más profundo, inherente al espíritu humano. Cuarto: ver en esta crisis una oportunidad. En un mundo en el que la tecnología hará cada vez más prescindible el trabajo humano productivo y las actividades vinculadas al ocio serán cada vez más valoradas, el futuro puede ser de las Humanidades, salvo que queramos entregarlo a manos de la industria de la diversión hueca. Solo hace falta despertar vocaciones filosóficas allí donde más se las necesita y espera.

Planteemos a los jóvenes las grandes preguntas, con ocasión y sin ella. Quien tenga hijos, fomente la actitud subversiva de leer a Platón. Filosofemos por todos los medios, en casa, en el trabajo, en las redes, en streaming. Seamos tábanos. La generación de nativos digitales está sedienta de sentido, ávida de continuar la conversación con los grandes maestros de nuestra rica tradición. La filosofía, liberada de lastre y reconducida a su verdadero cometido, despertará purificada y revitalizada.

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