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Con tanto frente amenazante que venimos viviendo escuchar música coral, como el Dona nobis pacem cantado contra la guerra el pasado 27 de marzo, parece llenarnos el aire de una paz intensa que debería ondear pronto.

Llegó abril con su Día Internacional de la Salud, casi silenciado, y mira uno ventanas de optimismo ante tantas calamidades económicas, pandémicas y hasta volcánicas seguidas, que vienen señalando que la edad es un escalón mejor o peor situado en el trato y la supervivencia. Cómo mantener la calma ante esa mayor vulnerabilidad de la gente que cumple más años de experiencia y aportación a la sociedad si es la principal víctima de tantos virus inmerecidos.

Hasta la barrera de comunicación que sufren las personas mayores con sus bancos, se nos antoja otro virus deprimente, donde siguen tardando en cambiar su modelo mecanicista pre-pandemia, sin una relación directa y presencial, tan saludable para muchas de ellas.

Quién duda de que la edad cronológica es un filtro social por el que se trata mejor o peor a las personas. De ahí se acuñó el término edadismo que supone un tratamiento negativo o discriminatorio a cualquier persona por tener más edad. Y se viene denunciado en el trabajo, en la sanidad, en los medios de comunicación, etc.

También parece edadismo que en alguna investigación internacional actual sobre los efectos de la covid-19 en la salud mental las personas mayores suponen menos del 5% de la población entrevistada. Y ya sabemos que hay medios seguros para contactar e interactuar con los más vulnerables.

A pesar de todo ello, el optimismo también acompaña a las personas de más edad, según dos aspectos vitales que la ciencia viene confirmando como son la resiliencia y la longevidad. Si la capacidad de adaptarse positivamente a las situaciones adversas es la definición de resiliencia, con el paso de los años nos volvemos más resilientes. Y en un estudio sobre la dieta que aumentaría los años de vida, parece que algunos tipos de alimentos los incrementarían más como son las legumbres y los frutos secos sin procesar.

Sin olvidarnos otro aspecto positivo de las personas mayores y sus familias, como las que perdieron sus casas y propiedades por el reciente volcán en La Palma, pero no perdieron un bien preciado con la edad, su memoria de cada parte y rincón significativo de la zona borrada. Esas abuelas, bisabuelas y abuelos… son ahora fuente viva de esa micro-historia local con más décadas de vida, y perdurable a través del relato oral o escrito en la relación intergeneracional con sus nietas y nietos, sea en familia, en la escuela o en las artes…, para que esa memoria comunitaria del valle no se pierda, y vencer a esa lava borradora.

La ciencia avanza, pero sigue dando la razón a la sabiduría más vieja para mantener la salud con los años. La investigación actual confirma lo que ya decía el poema de hace mil años Flos medicinae y que terminaba así: «... Salir al campo algún rato. / Poco encierro, mucho trato / y continua ocupación». (Y ver cómo florecen las parcelas de tierra madre).

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