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Mary Cejudo

Aquí una opinión

Mary Cejudo

Querido paciente de la planta 10

Esta columna está dedicada a ti. Bueno, a ti y a ella. Con agradecimiento por esa frase tuya, echada al vuelo desde la cama de la habitación hospitalaria donde te propones, junto a los profesionales que te atienden, hacer todo lo posible para curarte del cáncer y que entró, ligera y segura, hacia lo más hondo de mi ser. Unas pocas palabras, pero suficientes para formar una oración gramatical donde se mezcla buena acogida y generosidad: «si quieres ver otra cosa, cambio el canal…».

Yo te había preguntado, después de los saludos correspondientes, qué programa tenías conectado en la tele, simplemente para no interrumpírtelo (hubiese vuelto más tarde). Pero tú reaccionaste así, sin casi pensarlo y me regalaste ese «si quieres ver otra cosa, lo cambio…».

Y ella, desde su puesto de trabajo, atendiendo al mismo tiempo mil y un detalles de la planta a su cargo y que, al no poder hablarme por estar al teléfono, alzó su dedo pulgar, en señal de alegría y no una, sino varias veces, mientras su mirada sonreía a mi llegada: éramos, de nuevo, bienvenidos.

Debo confesar que yo llevaba la lágrima a cuestas porque después de dos ¡interminables! años sin Voluntariado Presencial en los hospitales, ¡por fin!, nos acabábamos de reincorporar y la sensación era parecida a mi primera jornada de hace ahora 28 años, cuando la ilusión (que no se ha ido), el sentido de la responsabilidad (que sigue intacto) y los deseos de servir en el más amplio sentido de la palabra a los pacientes y sus familias (que siguen en mí), pudieron más que algún tímido conato de aprensión por si no sería capaz o no sería bien acogida… y todos los «no sería…» del mundo de las cobardicas.

Pero, en aquella ocasión y en esta otra, solamente he encontrado a personas dispuestas a dejar de lado el canal de televisión o la revista que hojean, a abreviar la llamada que hacían por el móvil… a prestarme una atención a medias entra gratitud por la visita y sonrisas por las boberías que les cuento y que jalonan el día a día de la vida allá fuera, desde esta atalaya donde se ven las pequeñas preocupaciones cotidianas con la indiferencia que merecen. O percibir el valor que otorgan a lo que nosotras hacemos y que, aunque sea un poquito, deseamos ¡tanto! que les beneficia anímicamente, al comprobar en nuestros ojos una empatía perezosa, lenta, dispuesta a alargar la charla y a escucharles sus miedos, sus confidencias que no saldrán de nuestros labios (miento, saldrán, pero únicamente hacia los oídos de los profesionales cualificados y expertos en un área tan delicada como es la Oncología y cuyo asesoramiento o apoyo, la Asociación Española Contra el Cáncer ofrece gratuitamente).

Por eso, esta columna está dedicada a ustedes, un paciente y una supervisora, porque tratándome con tanta solidaridad, configuran los pilares de mi labor en apoyo a quienes hoy lo necesitan y quienes, muy probablemente, en el futuro, serán voluntarios que ayudarán a otros en similar situación. Ustedes son, sin saberlo, la buena semilla de esta sociedad.

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