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Qué difícil es afrontar la marcha de un ser querido. En ese instante te das cuenta de la fragilidad de la existencia, y todo lo accesorio y superfluo pasa a un segundo o tercer plano. Es entonces cuando entiendes la importancia de dar a cada cosa su lugar: celebrar los regalos tan maravillosos que nos da la vida, valorar los momentos preciosos que has tenido la suerte de disfrutar y aprender de cada enseñanza que te ha quedado. Al final somos un instante, un momento en el espacio y el tiempo, y lo que queda de nosotros es el eco de aquello bueno que hicimos en este mundo. Recordar es una manera de preservar la vida.

Udiana es una de esas palabras que te suenan bien aunque no conozcas su significado. Quisiera copiar un poco de la web de Mémora cuando nos explica que este concepto alude a «un bosque personal para el recuerdo. Reúne todos los árboles plantados en conmemoración de una persona. Una udiana nos ayuda a recordar. Es un lugar de conmemoración simbólico, fácil de compartir».

En dos lenguas de la India significa «parque» o «jardín», y esta compañía de servicios funerarios la ha adoptado para bautizar una hermosa iniciativa que me ha llegado al corazón y que es parte de su programa de responsabilidad social corporativa. En ese triste momento en que te toca acercarte al trabajador que te hace decenas de preguntas que no tienes ganas de responder sobre la persona que se ha ido, hay un apartado en que se te ofrece tomar parte en una acción tan loable como plantar árboles en zonas necesitadas de reforestación como forma de recordar a un ser querido.

Es una iniciativa pensada para honrar a esa persona de tu familia que hoy falta, para ese amigo o ese ser querido al que quieres recordar, a la vez que sumas una acción a favor de la sostenibilidad de un planeta cada vez menos habitable. El primero de esos árboles, además, lo plantan ellos. La donación que tú haces es casi simbólica, desde los tres euros que cuesta dar vida a una avecennia marina en Madagascar, a los 18,75 que se puede aportar para un frondoso anacardo en los montes de Colombia. Yo he optado por plantar una quercus coccifera, también llamada coscoja -un arbusto cuya existencia desconocía hasta ayer- que crecerá en algún lugar de la Sierra de Lújar, Granada, pero también podía haber elegido un eucalipto keniano o un pino portugués. El gesto es lo que importa.

Ese arbusto que escogí puede llegar a alcanzar los seis metros de altura y se plantará en una zona que sufrió un terrible incendio forestal en julio del año 2015. Más de 2.000 hectáreas de terreno se vieron afectadas en cinco municipios granadinos, entre ellas zonas de alcornoques centenarios de gran valor ambiental. Algún día brotará de mi coscoja la energética y amarga bellota, con su puntiaguda cáscara, que contribuirá a formar un espeso bosque en el que se refugien y alimenten las numerosas especies de fauna del bosque mediterráneo, y ayudará a formar suelos más fértiles, entre encinas, enebros y algarrobos.

Curioseo un poco por la web de Mémora mientras escribo estas líneas, y llego por casualidad a la udiana de María Ángeles, formada hace un año y que contiene doce ejemplares plantados en diferentes zonas del planeta. Me alegra descubrir que han absorbido desde entonces la suma de 632 kilogramos de CO2.

Medio ambiente y sentido de la vida… Recordar con cariño al ausente y contribuir a frenar la desertificación. ¿Se les ocurre iniciativa más hermosa?

Sinceramente, me gusta mucho más un bosque que una lápida.

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